Columna | No dejar pasar la oportunidad

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Escritores e historiadores de Perú, Chile y Bolivia, con razón, visualizaron que la guerra del salitre, en 1879, condujo al Perú a un sopor de depresión constante y al resentimiento con Chile, que aún mantiene viva la llama. Bolivia, por su parte, obligada a mirar hacia la sierra y en plena balcanización, sueña con poseer un puerto.

El vencedor de la guerra, Chile, heredó buenos y malos activos del Perú: la riqueza fácil del salitre corrompió a nuestra oligarquía; el prócer radical Enrique Mac Iver, en 1900, y el profesor Alejandro Venegas, en 1910, culpaban al boom del salitre de la depravación de nuestras costumbres políticas y la pérdida de los ideales austeros de la república pelucona.

A veces me da miedo de que en Bicentenario la fácil riqueza del cobre nos lleve a un a un divorcio completo entre la ética y la política. El Tratado de Ancón, de 1883, nos dejó un regalo envenenado: el problema de la posesión de Tacna y Arica. Por su parte, hasta 1904, nos dedicamos a regalar a Bolivia lo que no nos pertenecía: las ciudades de Tacna y Arica, que estaban en plena disputa con el Perú.

En nuestros tres países no faltan los expertos militares que, como niños, se dedican a contar misiles; son los mismos chauvinistas que, en 1920, inventaron la guerra de don Ladislao Errázuriz contra Perú. Son los jovencitos reaccionarios que quemaron la federación de estudiantes de la universidad de Chile y que pidieron la exoneración del profesor Carlos Vicuña Fuentes, por atreverse a proponer la entrega de Tacna y Arica a Perú. Mucho me temo que si no reaccionamos a tiempo, estos xenófobos de los tres países busquen un incidente que nos lleve a la fatalidad. Por ahora están amarrados por el buen criterio de los gobernantes.

La cancillería chilena no ha tenido una política coherente en las relaciones con los países vecinos: un mínimo conocimiento de la hábil política del palacio de Torre Tagle no debiera habernos sorprendido, pues hace años el Perú preparaba la forma de conducir a Chile a la resolución del diferendo marítimo, por el Tribunal internacional de la Haya que, como todo árbitro, es igual al rey Salomón, y partirá la guagua en dos.

Pienso que este el momento de hacer un giro copernicano en nuestra política latinoamericano, aprovechando la ocasión para resolver, en forma tripartita, el tema de la mediterraneidad de Bolivia. A su vez, entender que en un mundo globalizado la política multilateral es mucho más poderosa que el antiguo bilateralismo, que era propio de los Estados-naciones decimonónicos.

No hay mejor defensa que un buen ataque: de esta crisis de relaciones diplomáticas salgamos hacia el siglo XXI, en el cual las fronteras están obsoletas y más bien se propende a grandes conglomerados multinacionales, tal como lo soñara Simón Bolívar. No dejemos pasar el momento, América Latina está en su mejor época, el precio de sus materias primas está en las nubes, pero se sabe que a las vacas gordas les suceden las vacas flacas. La historia siempre condena a quienes dejan pasar la ocasión