Marco Enríquez-Ominami
Patricia Morales
Chile enfrenta un severo reto en materia económica, desde el punto de vista de su competitividad, sin que se observen estrategias solidas e innovadoras. La versión 2014-2015 del Reporte de Competitividad Global vino a confirmar que Chile se encuentra en el ranking número 33, de 144 países, cifra que refleja un deterioro respecto al índice que ostentaba el país para el periodo 2007-2008.
En aquel entonces, Chile estaba en el número 28 de los países más competitivos. No se trata de reducir el debate económico a un ranking, como se suele hacer con educación a propósito del Simce. Pero sí vale la pena detenerse sobre los factores que el mundo económico internacional evalúa positiva y negativamente a la hora de hacer negocios en Chile. A nivel internacional, las fortalezas de Chile se asocian a su institucionalidad, estabilidad macroeconómica y sus bajos niveles de deuda púbica y privada, entre otros. Sus debilidades, en términos de competitividad, se asocian a la fuerte dependencia de nuestra matriz productiva respecto de los commodities, y por tanto, la urgencia de diversificar nuestra economía, aumentando su valor agregado. Por lo mismo, el Reporte de Competitividad Global menciona como una de nuestras principales debilidades económicas la baja calidad en educación, rigideces laborales, como la débil participación de las mujeres en el mercado laboral y lo engorroso que puede significar iniciar un emprendimiento (acceso al crédito para las pymes, entre otros). En ese sentido, Chile está en una encrucijada tanto política como económica.
El Gobierno tiene la oportunidad única de conectar, en su discurso, la economía y la competitividad con las reformas sectoriales, explicando, por ejemplo, la importancia de una educación pública de calidad, en materia de innovación y competitividad. Pero lo anterior requiere reducir los grados de incertidumbre en materia de conducción económica, a la vez que asumir que es hora de regular la concentración económica y que el fomento a las Pymes debe superar el mero discurso.
Fuente: Estrategia