Por Marco Enríquez-Ominami y Miguel Márquez.
La pregunta resume un dilema propio a economías desarrolladas en estricto rigor. Nosotros nos preocupamos sólo de la primera parte de esa problemática energética. Además, debe señalarse que, más que de energía en realidad, lo que quieren decir los responsables de políticas energéticas y los escasos participantes de un restringido debate público es…más electricidad. Y más electricidad con lo que tenemos: con las empresas que controlan el mercado y con las reglas del juego de las cuales abusan. Por lo pronto, en algunos países de la OCDE, particularmente en Alemania, las empresas eléctricas convencionales (carbón, nuclear y grandes hidro) han perdido más de 1/3 de su valor bursátil o cotización en bolsa en los últimos 10 años, según artículos de prensa internacional. Ello, dado el cambio climático, la competencia de fuentes no convencionales, la necesidad de seguridad de suministro y de disminución de la vulnerabilidad de la matriz, el cambio tecnológico (uso de nuevo materiales, etc.), y la preeminencia del uso eficiente de la energía como opción de suministro en el largo plazo.
¿POR QUÉ SUCEDE AQUELLO EN PAÍSES DE LA OCDE (DEL HEMISFERIO NORTE) Y NO EN CHILE?
Esencialmente porque carecemos de estrategia y política energética, sustituida por política de oferta eléctrica y sobre todo por carecer de mercados competitivos. La regulación heredada de la dictadura, nos consagra como rehenes en lugar de usuarios y considera sólo parcialmente el medio ambiente. Resultado: las rentabilidades de las eléctricas , pero también de gaseras y petroleras, se sitúan entre las más rentables del IPSA (sólo detrás de la minería y sector financiero) y desde esta óptica no tienen –aparentemente- necesidad ni estímulo alguno de cambiar las reglas del juego. La pérdida de competitividad de nuestra industria, de la minería y la erosión de los presupuestos familiares, no se debe solamente al alto costo de la energía porque “carecemos” de energía (de los mejores dotados en sol, viento, recursos hídricos, biomasa, geotermia, etc.) e importamos cada vez más, sino porque quienes controlan esos mercados cuentan desde hace décadas con un marco regulatorio que no asume los desafíos de seguridad de suministro, ni medioambientales, ni tecnológicos. Un estudio da cuenta de sobreprecios (o sobre utilidades) que superaron los US$1.500 millones en pasadas licitaciones. En esas condiciones, el mejor uso de la energía no está en la agenda ni de eléctricas, ni gaseras, ni petroleras. Mientras más venden más ganan. Lo que se proponen los países de la OCDE es usar mejor la energía para que ganen todos: la industria, la gente, el medio ambiente e incluso las empresas energéticas. Es el ejemplo a imitar.
Ello exige, no obstante, algunos cambios severos de miradas: el rol activo del Estado como bien señala el nuevo Ministro de Energía, la búsqueda de consensos, pues en el corto y mediano plazo, se requerirán aún centrales convencionales, pero sobre todo, la búsqueda de consensos respecto a las preguntas de más energía para qué, para quiénes y a qué costo (no sólo a qué precio). Los consensos deben construirse sobre bases correctas, informadas, traducirlas en adecuadas preguntas, como las señaladas y de problemáticas que van más allá del apocalíptico futuro eléctrico chileno dictado por unos pocos.