Por Daniela Escrig Durán.
La autora es Bioquímica, Presidenta de la ONG Libro Verde e integrante de la red de profesionales de la Fundación Progresa.
El 18 de Octubre de 2019 se convirtió en un punto de no retorno para los chilenos. ¡Si hasta tiene su propia sigla: 18–O! Ese día comenzó una crisis política–social que nos removería a todos, sin importar donde estuviéramos o quienes fuéramos. Ninguno de nosotros pudo evitar la conmoción de ese día.
Luego vivimos momentos difíciles, mucha incertidumbre, algunas luces de esperanza, y sufrimos un fenómeno muy particular: comenzamos a confiar en el vecino y a hablarnos más en las calles, al mismo tiempo que crecía la desconfianza hacia la elite política. Esta desconfianza fue hacia todos, sin importar color político o intentos de buenas intenciones, y mientras más se tiraban la pelota de quien tenía más la culpa, más daban la razón a la desconfianza.
Entre todo esto, ocurrió otro punto de no retorno. El Presidente de la República obtiene un 6% de aprobación: algo inédito, histórico, ¡algo que daba una señal de alarma gigantesca! Tristemente no se notó mucho en ese momento. Se le bajó el perfil. Los acuerdos políticos de la élite siguieron ocurriendo como si no fuera un factor muy relevante y eventualmente no nos quedo más que para buenos chistes.
No entender lo que significaba ese 6% denota gran altanería, porque en esos momentos, a pesar de la crisis que estábamos viviendo, sentíamos que teníamos la “agenda” bajo control. Nos habíamos puesto plazos y los problemas se resolverían en una disputa política. Pero olvidamos lo más importante: olvidamos porqué elegimos un Presidente o una Presidenta, olvidamos que no se trata tan solo de un cargo que se puede disputar. Un Presidente es, nada más y nada menos, que el líder de la nación. En este contexto cabe preguntar: ¿el líder de todos nosotros o el líder del 6%?
Se ha dicho que “en momentos de crisis es donde se ven los verdaderos líderes”, y hoy estamos viviendo una de las peores crisis que se tengan registros, porque ya no se trata solo de nosotros, sino que es a nivel mundial: enfrentamos una pandemia que ha arrasado con países que pensamos que eran los más fuertes y preparados. En estos momentos es cuando se necesita un líder. El problema es que nosotros perdimos el nuestro hace unos meses y muchos no quisieron asumirlo.
Debido a esto, hoy todos parecieran tener una mejor estrategia. Cada día vemos las disputas entre alcaldes, Colegio Médico, personajes de opinión y el gobierno. Cada uno tiene una mejor idea y las denuncias de Twitter e Instagram tienen más credibilidad que los voceros que las responden. Todo esto radica en un mismo problema y no es el coronavirus: es la desconfianza. Cuando la vocera de gobierno dice “si no nos creen a nosotros, crean a la OMS” y luego pide unidad, hace un llamado desesperado, pero que aun así no parece honesto.
La realidad es que estamos en una situación desconocida para todos, donde ninguno sabe cuál es la respuesta correcta, las predicciones tienen más variables de las que podemos controlar y adecuarnos a los cambios día a día parece nuestra nueva realidad.
Es verdad que en esta situación la unidad es fundamental, pero no se puede tener unidad con un 94% de desconfianza. El primer paso es volver a confiar y para lograrlo necesitamos como mínimo confiar en los datos. La apertura de la información es una petición que se ha realizado de varios sectores, especialmente desde las comunidades científicas. Esto es algo que permitiría realizar estudios y estrategias locales y, más importante, poder confiar en la real situación en la que nos encontramos.
Los chilenos no necesitamos que nos pinten un escenario donde las cosas están bien para no caer en pánico. Ya tuvimos 30 años de esa estrategia, vimos que no funcionó y ya no la creemos. Necesitamos conocer la realidad a la que nos enfrentamos. Honestidad para luego trabajar en unidad.
Santiago, 9 de abril 2020.