Por Víctor Osorio Reyes
Director ejecutivo de la Fundación Progresa
En el nauseabundo conjunto de odios y prejuicios del mundo conservador está asentada la noción de que la izquierda y el progresismo son incapaces de gobernar, frente a la supuesta competencia de excelencia que caracterizaría a los neoliberales. La pandemia del nuevo coronavirus está mostrando, una vez más, la falsedad intrínseca de esta aseveración. Frente a la catástrofe de los Gobiernos de Donald Trump y Jair Bolsonaro, emergen casos como Nueva Zelanda, que acaba de anunciar que el virus ha sido “actualmente eliminado”.
Ha sido, en este sentido, reconocida en todo el mundo la clara conducción de la Primera Ministra Jacinda Ardern, una mujer de 39 años que es principal líder del Partido Laborista de Nueva Zelanda y que se define a sí misma como socialista, republicana y feminista.
“No hay transmisión comunitaria generalizada no detectada en Nueva Zelanda. Ya hemos ganado esa batalla”, informó Ardern, pero resaltó que el país “debe permanecer vigilante”.
El anuncio de la derrota de la COVID–19, consignó la BBC de Londres, se produjo cuando los reportes mostraban casos de contagio de un solo dígito durante siete días y apenas uno el domingo pasado. Con todo, la Primera Ministra y autoridades de su gobierno advirtieron contra la complacencia, explicando que la buena noticia no significa el final total de nuevos casos y que será necesario perseverar en las medidas de control.
El director general de Salud de Nueva Zelanda, Ashley Bloomfield, dijo que el bajo número de casos nuevos “nos da confianza de que hemos logrado nuestro objetivo de eliminación (del virus en el país)”. Explicó que “eliminación” no significa que no vaya a haber nuevos casos, sino que “sabemos de dónde vienen nuestros casos”.
En Nueva Zelanda se aplicaron algunas de las restricciones más duras del mundo en viajes y actividades locales desde el inicio de la pandemia, cuando registraba apenas unas pocas docenas de casos. Cerró sus fronteras; decretó la suspensión total del funcionamiento de oficinas y escuelas, así como de actividades comerciales; y generó una extensa operación de pruebas y rastreo de contactos. En forma acompasada, “el gobierno puso en marcha programas de apoyo económico a empresas y trabajadores independientes, los pagos de hipotecas fueron suspendidos e incluso las familias de bajos recursos recibieron módems para acceder a internet y canales de televisión educativos”.
De acuerdo a la BBC, la estrategia de la Primera Ministra fue la “eliminación” del virus, en lugar de la “mitigación” que se aplica en otros países: esto implicaba destruir la curva y no solo aplanarla.
El rol de la Primera Ministra Ardern “ha sido elogiada por el manejo de la emergencia”. Así, “ha permanecido en contacto con la población durante el brote, abordando el impacto del encierro en la vida social y el bienestar mental de las personas”, y mostrando una enorme capacidad de comunicación directa con las personas. “Sé fuerte. Sé amable”, es el lema con el que ha terminado casi todas sus apariciones públicas.
Jacinda Ardern nació el 26 de julio de 1980 y asumió el cargo de Primera Ministra en 2017: en ese momento era la jefa de gobierno más joven del mundo con sus 37 años. Luego de graduarse en la Universidad de Waikato en 2001, comenzó su carrera trabajando como investigadora en la oficina de la Primera Ministra Helen Clark. Partió a Estados Unidos, para realizar trabajo comunitario en los barrios más pobres y olvidados. En 2008, ya había sido elegida Presidenta de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas y ese mismo año asumió por primera vez como parlamentaria.
Ha señalado: “Algunas personas me han preguntado si soy una radical (…) Creo firmemente en los valores de los derechos humanos, la justicia social, la democracia, la igualdad y el papel de las comunidades”. Ha expresado, asimismo, su convicción de que “nuestro Estado de Bienestar es una red de seguridad necesaria y un apoyo para aquellos que no pueden mantenerse a sí mismos”.
Bajo su liderazgo, el Partido Laborista logró derrotar en 2017, por primera vez en 12 años, a sus adversarios del Partido Nacional.
Jacinda Ardern se define a sí misma como socialista, progresista, republicana, feminista, partidaria de la democracia participativa y del Estado de derechos sociales. Es partidaria del matrimonio entre personas del mismo sexo, habiendo votado a favor del proyecto de ley de igualdad matrimonial en 2013, apoya la liberalización de las leyes sobre el aborto, y la lucha contra el desastre climático. En el 2018 acudió a Waitangi, emblemático lugar donde la población originaria maorí tuvo que aceptar la presencia de colonos británicos en 1840, y reconoció las desigualdades históricas que sufre esa primera nación y se comprometió a combatirlas.
Luego del sangriento atentado perpetrado el año pasado por extremistas de ultraderecha contra musulmanes en la localidad de Christchurch, mostró empatía con los emigrantes: “Ellos son nosotros”, dijo, mientras abrazada a las familias de las víctimas ataviada con un hiyab negro con ribetes dorados como signo de respeto. Llamó a enfrentar el racismo y la xenofobia en todo el mundo. Un usuario de las redes sociales vinculado a los supremacistas blancos le envió un mensaje con una pistola y un texto que decía: “Tú eres la próxima”.
El Partido Laborista de Nueva Zelanda se fundó en 1916, aunque sus raíces se remontan al Siglo 19, en el marco de las luchas sociales por la reforma democrática y los derechos de los trabajadores, iniciadas por el carpintero Samuel Parnell, quien levantó por primera vez la demanda por la jornada de ocho horas. El movimiento obrero continuó desarrollándose, protagonizando hitos como la huelga marítima y general de 1890, hasta que se dio el paso de construir una expresión política, fuertemente influida por las ideas socialistas, fabianas y laboristas.
En coherencia con las tendencias dominantes en la Internacional Socialista, y en medio del predominio de las ideas sobre la victoria definitiva del neoliberalismo, la colectividad viró hacia el centro a inicios de los 90, lo que provocó un negativo impacto expresado, primero, en la gran deserción de militantes comprometidos con los movimientos sociales y luego en la debacle electoral frente al Partido Nacional.
En el Siglo XXI, el Partido Laborista comenzó a interpretar las inquietudes de la ciudadanía progresista y de izquierda, en gran medida empujado por el liderazgo de Jacinda Ardern.
Entre los principios de la colectividad, hoy se encuentran elementos como los siguientes:
–Toda autoridad política proviene del pueblo por medios democráticos, incluido el sufragio universal, elecciones regulares y libres, con votación secreta.
–Los recursos naturales de Nueva Zelanda pertenecen a todas las personas y estos recursos, y en particular los recursos no renovables, deben gestionarse en beneficio de todas y todos, incluidas las generaciones futuras.
–Todas las personas deben tener el mismo acceso a todas las esferas sociales, económicas, culturales, políticas y legales, independientemente de su posición social, y una participación continua en el proceso democrático.
–La cooperación, en lugar de la competencia, debe ser el principal factor rector en las relaciones económicas, para que se pueda garantizar una mayor prosperidad social y una distribución justa de la riqueza.
–Todas las personas tienen derecho a la dignidad, el respeto y la oportunidad de trabajar.
–Todas las personas, individualmente o en grupos, pueden poseer riqueza o propiedad para su propio uso, pero frente a cualquier conflicto de intereses las personas siempre serán más importantes que la propiedad y el Estado deberá garantizar una distribución justa de la riqueza.
–La paz y la justicia social deben promoverse en todo el mundo mediante la cooperación internacional y el respeto mutuo.
Entre sus principales objetivos se consideran los desafíos de “asegurar la distribución justa de la producción y los servicios de la nación en beneficio de todas las personas”, “promover y proteger las libertades y el bienestar de todos los ciudadanos de Nueva Zelanda”; “educar al público en los principios y objetivos del socialismo democrático y de la cooperación social y económica”.
Se trata de una experiencia interesante de conocer, sin olvidar que para el progresismo y la izquierda de Nuestra América la construcción de una alternativa no debe ser “calco y copia”, como señalaba Mariátegui.