Por: Víctor Osorio
Me ha conmovido, profundamente, la noticia de la partida de Oscar Castro. Fue el fundador del Teatro Aleph y uno de los más grandes dramaturgos de la historia del teatro chileno y de América Latina. También fue una víctima del terrorismo de Estado, que hizo desaparecer a su madre y su cuñado, lo mantuvo por años como prisionero político y lo condenó al exilio. Me alegra haber logrado, como ministro de Bienes Nacionales, que su amado Teatro Aleph regresara del destierro luego de 40 años.
Nos conocimos casi por casualidad en septiembre de 2014, en la víspera de las Fiestas Patrias. Junto con Gabriela Olguín, quien se haría cargo del Teatro Aleph en Chile, se acercó y se presentó con respeto y modestia. Por cierto, conocía su trayectoria. Uno de sus amigos, el cineasta Patricio Paniagua, me había contado de los tiempos en que compartieron la prisión política en el campo de concentración de Ritoque. Había visto su participación en la película “Ardiente Paciencia” de Antonio Skármeta, en que interpretó a Mario Jiménez, un cartero que plagia los versos de Pablo Neruda (Roberto Parada) para conquistar a la joven Beatriz González (Marcela Osorio). Sabía también que sus obras habían sido traducidas a diversos idiomas y puestas en escena en numerosos países, y que el Teatro Aleph era una institución cultural de reconocimiento internacional.
Me contó que su sueño era que la Compañía Teatro Aleph regresara a Chile. Luego del fin del exilio y la dictadura, me dijo, no había logrado encontrar ayuda para su reinstalación en el país, por lo que aún funcionaba solamente en Francia.
La Compañía Teatro Aleph había nacido a fines de la década del 60, por iniciativa de estudiantes del Instituto Nacional y el Liceo 1 de Niñas. Hacia 1972 era considerado por la crítica como uno de los grupos teatrales más vanguardistas de la época. Después del golpe de Estado de 1973, persistió en presentar sus obras, estrenando en 1974 “Y al principio existía la vida” en la Sala del Ángel, con todas las butacas ocupadas. Un mes después la obra fue clausurada. Castro y su hermana Marieta fueron detenidos en noviembre de ese año y recluidos en diferentes centros.
Su madre, Julieta Ramírez, y su cuñado Juan Rodrigo Mac Leod, también miembro del Aleph, fueron arrestados y hasta hoy permanecen desaparecidos.
Oscar partió al exilio a Francia, donde se encontró con antiguos integrantes de la compañía, con los que fundó el Teatro Aleph en París. Cuando conversamos esa mañana de 2014, el “Théâtre Aleph” llevaba décadas asentado como referente importante de la escena cultural gala, con un recinto acogedor y formador de nuevos talentos artísticos con la escuela “Latin’ actor studio”. Pero, me dijo, “mi sueño es que el Teatro Aleph regrese a su tierra; para ello necesitamos un espacio, que permita que pueda funcionar en forma permanente”. Con una sonrisa que más bien parecía encubrir la resignación luego de haber golpeado innumerables puertas, me dijo: “¿Podría, ministro, ayudarnos?”.
Detalló lo que requería. Se necesitaba un espacio con infraestructura y espacio suficiente para la actividad artística que se pretendería reimpulsar en el país. Además -puntualizó- su aspiración era que el lugar estuviera asentado en un territorio popular, por su visión de un teatro ciudadano y comunitario, y porque su proyecto era también emprender talleres para formar nuevos talentos actorales entre los que viven sin esperanzas. Por cierto, detalló que el único camino que imaginaba era el respaldo del poder público, porque no contaban con los medios para un arriendo o compra de un inmueble.
No era fácil resolver la solicitud, por las características del inmueble que se necesitaba y por la escasez de propiedades fiscales disponibles bajo la administración de Bienes Nacionales, en la Región Metropolitana. Así, mi compromiso solamente fue intentarlo. Con todo, luego de despedirnos tenía la certeza de que tenía que trabajar en el límite máximo de lo posible, como acto de reparación histórica y en mérito del valor que Oscar Castro y su Teatro Aleph tenían para la cultura chilena.
Transcurrió un año de trabajo ministerial intenso en la tarea, hasta que en septiembre de 2015 habíamos logrado hallar el lugar apropiado, en la calle Eulogio Altamirano N° 7425 de La Cisterna, en el corazón de la zona sur de Santiago, y adoptado la resolución de entregarla en concesión de uso gratuito para el Teatro Aleph. El espacio era un gran terreno de casi 1.000 metros cuadrados, con una casa construida de materiales nobles como la madera y el adobe. Aún tenía que ser acondicionado, así que la ceremonia de entrega del inmueble se desarrolló unos meses después, el 27 de enero de 2016.
Fue una fiesta. Un colectivo de actores franceses de la compañía “Jackie Paul”, con un grupo de talentosos jóvenes chilenos y vecinos de la comuna se mezclaron en el teatro popular y presentaron un extracto de la obra “El Kabaret de la Última Esperanza”, llenando el lugar de color, vanguardia y pasión.
En esa oportunidad, señalé que “la entrega de esta concesión de uso gratuito se transforma en un hecho histórico y de toda justicia, puesto que estamos frente a una compañía cuyo extraordinario curso de creación fue literalmente truncado en el año 1974, por lo que debió refundarse en el exilio. Además, se trata de un grupo de artistas involucrados y abiertos a la comunidad, con talleres y obras de teatro comunitario, que pretenden acercar el teatro a las comunidades, haciendo partícipes de esta disciplina artística a personas que, tal vez, nunca han entrado a una sala de teatro”.
“De esta forma, celebramos hoy el histórico día en el que Teatro Aleph, luego de cuatro décadas de destierro, fija un domicilio permanente en territorio chileno y retorna en forma definitiva a la patria. El teatro, la cultura y la vida han vencido. El Teatro Aleph está de vuelta entre nosotros”, manifesté.
En la oportunidad, también dimos lectura a un mensaje de la Presidenta Michelle Bachelet, en que la jefa de Estado señalaba: “Este día me emociona esencialmente porque se trata de un proyecto que conozco desde sus orígenes y en el que tuve la fortuna de participar hace muchos años. Pero también porque con este paso, el Teatro Aleph consolida una historia de vida dedicada a destacar, impartir e impulsar el arte, la cultura y la creatividad”
“Se trata sin duda de una iniciativa muy valiosa porque permite que la cultura y el arte dejen de ser exclusivos de quienes tienen más recursos”, decía.
Oscar Castro señaló que “Eulogio Altamirano es como Lastarria 90, que fue la primera casa del Aleph. Cuando era joven creía que podía cambiar el mundo… ahora estoy seguro que es posible”.
Desde entonces no perdimos nunca más el contacto. Por ejemplo, tuve la oportunidad de acompañarlo el 2017, para el acto de inauguración de la “Sala Julieta”, un remozado espacio en Eulogio Altamirano que se levantó con la indemnización que recibió por la desaparición de su madre Julieta Ramírez. Era una sala de teatro con las condiciones apropiadas para el desarrollo de sus actividades.
Nos vimos por última vez a inicios de 2019, cuando recibió las insignias de “Caballero de la Legión de Honor”, máxima distinción que el Gobierno de Francia entrega a personas que destacan por sus méritos extraordinarios. Y hablamos desde la distancia cuando la revuelta social estaba en pleno desarrollo en Chile. En esa oportunidad, me reiteró el principio que había orientado su obra: “Hay que combatir la muerte con la vida”.
Fue una víctima más del Covid-19. Pero ha entrado por la puerta ancha a la inmortalidad, porque los que luchan por la vida permanecen en la memoria de los pueblos y viven para siempre.
Fuente: Cooperativa