Dr. Cristian Jamett Pizarro
Grupo de Estudio e Investigación “Sociedad, Estado y Región + Territorio”
Universidad Arturo Prat | Chile
“La historia avanza por su lado negativo” señaló el sociólogo René Zavaleta Mercado, a propósito de las constantes derrotas de los sectores populares, y la permanente capacidad de las élites para imponer y reimponer una y otra vez un proyecto obstructivo a los intentos transformadores.
Derrotero histórico que también puede ser facilitado por los propios sectores progresistas, cuando se distancian de los populares, en términos de no representar su “sentir” y concepciones más profundas no reformadas. Dejándolos así en condición de disponibilidad para proyectos restauradores del viejo orden, como sucediera hace unas pocas horas en Chile durante el plebiscito de salida, con el importante triunfo del rechazo al nuevo proyecto constitucional, logrando el 61,87% versus el 38,13% del apruebo.
Resultado que se puede explicar, entre otros factores, como consecuencia del distanciamiento entre los sectores presentes en la Convención Constitucional y las masas populares —algo por lo demás propio de la cultura política de izquierda chilena—, quienes suponían representar “intelectual y moralmente” al nuevo “sentir común coherente” que emergió a partir del estallido de octubre de 2019.
Esto como consecuencia de un diagnóstico realizado por parte de la intelectualidad progresista sobre los factores explicativos del estallido social de 2019, el que en última instancia sobredimensionó el aspecto culturalista, identitario, subjetivo y post material. Tal como se identificará en el proyecto constitucional, que puso énfasis a temas como la diversidad, la autonomía, el pluralismo y la diferencia. Esto por sobre otros aspectos materiales, económicos y unitarios comunes en términos Estatales-Nacionales, propios de una composición mayoritariamente mestiza de la población, en torno al 80%.
Sectores sociales, además, mayoritariamente vinculados a clases populares y medias empobrecidas, quienes comparten un “mal-estar” como experiencia común de la “vida dura” producto de la desigualdad, los bajos salarios, el sobreendeudamiento y la vulnerabilidad propios de 40 años de neoliberalismo (Martuccelli, 2022)[1], cuyas demandas quedaron supeditadas a los plazos y formas de un proceso constituyente acordado por las élites, como salida institucional a la crisis.
En este sentido, el sociólogo Manuel Canales, señaló con claridad durante el desarrollo del proceso deliberativo de mayo del 2022 que “los avances constituyentes son extraordinarios, pero no son las prioridades de octubre. No logro entender por qué los derechos económicos y sociales se dejan para el final del proceso” (Manuel Canales, 2022)[2].
Todo en un contexto de aprendizaje político-cultural y hegemónico de la derecha chilena, como se expresará en la conformación de una nueva alianza con fracciones del centro político y sectores independientes de la sociedad civil, quienes gracias a un importante poder económico y mediático disponible —y que junto a una importante estrategia de manipulación mediática—, fueron capaces de apelar al “sentido común” y “miedos” de las capas altas, medias y populares urbanas y rurales del país, portadoras de concepciones de vida tradicionales de familia, aspiracionales e individuales. Así como herederas de una fuerte tradición Estatal-Nacional, dando forma al “rechazo popular”.
En concreto, mientras los sectores del apruebo enfatizaban en la diversidad y la autonomía para justificar un nuevo proyecto estatal común, el rechazo utilizaba la bandera como símbolo de unidad nacional y territorial, asociando la consulta a una evaluación de la gestión presidencial de turno. Permitiéndoles con ello anotarse un importante triunfo en el plebiscito de salida, pero todavía distante de ofrecer un proyecto nacional común que permita la conformación de un nuevo bloque histórico, en torno a su liderazgo y su vieja receta neoconservadora.
Es una derrota que también debe significar un desafío intelectual no menor para el progresismo chileno, respecto a ofrecer una fórmula propia para la realidad nacional, y que permita rearticular en torno a un proyecto común las demandas de pluralidad, de autonomía, socio-ambientales y democratizadoras.
Pero sin invisibilizar las de orden material, económicas y culturales que les haga sentido a las grandes mayorías nacionales y sus territorios, considerando que, como dijera Gramsci: “el elemento popular siente, pero no siempre comprende o sabe; el elemento intelectual “sabe”, pero no siempre comprende o “siente” (Gramsci, 2001:346).
Por lo que necesariamente, la conformación de un nuevo bloque histórico pasará por otra relación entre “gobernantes y los gobernados”. O bien entre intelectualidad y pueblo, donde ambos sean capaces de conformar un “sentido-pasión” coherente, que “se convierte en comprensión y por lo tanto en saber (…), sólo entonces la relación es de representación (y) se realiza la vida de conjunto que es la única fuerza social” (Gramsci, 2001:347)[3].
[1] Martuccelli, Danilo (2021) El estallido en clave latinoamericana, Lom. Santiago.
[2] “Los avances constituyentes son extraordinarios, pero no son las prioridades octubre” https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/manuel-canales-sociologo-los-avances-constituyentes-son-extraordinarios-pero-no-son-las-prioridades-de-octubre/PSBID74SVFCPVHJU7XEMHDCKDI/
[3] Gramsci, Antonio (2001) Cuaderno de la cárcel, Era, México.