En 1913 que, al igual que hoy, los senadores y diputados eran vitalicios. En el pasado se repartían los cargos, en el Club de la Unión, hoy, en la tenebrosa Casa de Piedra; ayer como hoy, todos jugaban a la bolsa y siempre ganaban: La educación era la misma mierda que hoy, a diferencia de que los profesores eran hombres brillantes y respetados, como Valentín Letelier, Alejandro Venegas, Enrique Molina, Diego Barros Arana, entre otros. El Estado educaba, era el estado docente; los niños beatos estudiaban en colegios privados, entre ellos los de los Padres Franceses y de los Jesuitas; continuaban en la católica y, los más revoltosos, terminaban de diputados conservadores. Los laicos estudiaban en el Instituto Nacional y en la universidad de Chile y cuando salían profesionales, militaban en los partidos radical y liberal.
Aunque parezca anticuado, las clases sociales existen y existirán antes y después del barbudo Marx; no se puede hablar de feminismo sin entender que las mujeres pertenecen a distintas clases sociales: hay un feminismo aristocrático, oligárquico y de las capas medias y de las pobres del campo y la ciudad. Las señoras aristocráticas no sacaban la caca de las guaguas, ni daban de mamar, lucían sus brillantes trajes en el Teatro Municipal y en el Club Hípico, hacían el amor sólo para tener hijos y, todas las tardes, con empleadas incluidas, rezaban el rosario; había algunas rebeldes, como Inés Echeverría de Larraín, que admiraba a los mediócratas Arturo Alessanmdri Palma y el pavo real, Pilo Yánez. No faltaban las mujeres fatales, como Teresa Wills Montt, que le puso el gorro a su marido, Gustavo Balmaceda con su primo, el dandy chileno, el Vicho Balmaceda; después de estar encerrada, en un convento, por pecadora, se escapó a Buenos Aires con el poeta Vicente Huidobro. Ya en París quedó choqueada ante el suicidio de uno de sus amantes; completamente drogada apostó por el suicidio. Había mujeres de clase alta más serias, como Ernestina Pérez y Eloísa Díaz, que se atrevieron a estudiar medicina, soportando las bromas de los machistas compañeros que, en clase de anatomía, les mostraban el miembro viril de los muertos.
Las mujeres proletarias tenían una vida muy distinta: eran, en su mayoría, empleadas domésticas, prostitutas, parejas de mineros, gañanes o cuatreros; otras eran cobradoras de tranvías, en ese tiempo arrastrados por caballos; los jóvenes aristocráticos se solazaban mirándole las piernas. En el enclave salitrero la mujer acompañaba al minero alimentando gallinas y otros animales domésticos; cada día un obrero caía al ardiente cachucho y la mujer quedaba viuda, con varios hijos guachos y sin ninguna protección; había también comerciantes y pequeñas empresarias.
En 1913, Belén de Sárraga, una anarquista española, nacida en Puerto Rico, fue invitada a Chile por el apóstol del proletariado, Luis Emilio Recabarren. Los hombres se volvían locos por su inteligencia y belleza; escritores ácratas como José Santos González Vera y Manuel Rojas dan testimonio de la lucidez y brillantez de sus conferencias; tanto entusiasmo despertó Belén que los hombres arrastraron el carro, reemplazando a los caballos, como homenaje de admiración, que sólo se había realizado una sola vez en Chile, en 1890, con la visita de Sara Bernarth. No faltó el exaltado que gritó, en plena charla, viva el comunismo anárquico. Luis Emilio Recabarren invitó a Belén a visitar Iquique y las minas del salitre, de Negreiros; a raíz de esta visita, las mujeres de los trabajadores decidieron fundar los clubes de librepensadoras Belén de Sárraga.
Por qué Belén provocaba tanto odio en los conservadores y los curas? Primero, porque era divorciada, anticlerical, anarquista y liberada; los pacatos no podían soportar a una mujer inteligente, que propiciara el amor libre. Los católicos, decía Belén, siempre han despreciado a la mujer. “la mujer es el puente del infierno”, decía San Ambrosio; “la mujer desciende del rabo inquieto de una mona”, sostenía el padre Coloma, en su libro Pequeñeces. Para Belén, la mujer es el coto de caza de los curas, es usada por ellos en la confesión para conseguir votos y apoyo para los conservadores; la mujer es la infantería del ejército jesuita; hay mujeres que tienen una fe auténtica y otras que usan la caridad para lucirse delante de los demás. La mujer debe liberarse del yugo de la iglesia y del marido. Como usted ve, querido lector, la historia siempre se repite.
En 1913 explotó, en Santiago, un escándalo en un colegio regentado por los curas Jacintos, que gustaban manosear a los pobres infantes pero, al menos, esta vez el poder judicial tomó cartas en el asunto y expulsó a los pedófilos; nada muy distinto al cura Tato, a los implicados en el Pequeño Cotolengo, de Rancagua, a los degenerados obispos de Boston o a los curitas de Brasil, degenerados que, además de gustarle los niños, tenían una verdadera inclinación por el dios dinero. Denuncia Belén que los curas salesianos explotaban a los niños huérfanos en la malhadada Isla Dawson, vendiendo a buen precio el trabajo esclavo de los muchachos. Los jesuitas eran más hábiles: trataban de amoldar el catolicismo al mundo moderno, conocían la encíclica Rerum Novarun (de las Cosas Nuevas), y animaban las organizaciones sociales católicas, como los Josefinos y, en un comienzo, la FOCH (Federación Obrera de Chile), fundada por el conservador Marín. Belén volvió en 1915 a Chile, pero su recepción no fue tan apoteósica como la primera vez: Chile estaba gobernado por el especulador de la bolsa y traidor al balmacedismo, macuquero e inmoral, Juan Luis Sanfuentes; ya las luchas anticlericales habían pasado de moda. Posteriormente, comienzan a desvanecerse las trazas de nuestra Belén de Sárraga. Gracias a la capacidad investigativa de mi amigo, Jorge Vergara, pudimos difundir un artículo del Diario El Tarapacá, que da cuenta de la muerte solitaria de Belén, después de haber vivido exiliada por el asesino cruzado-cristiano, Francisco Franco. Belén había compartido el destino de los ácratas barceloneses. Tengo que reconocer el aporte del historiador Luis Vitales, de María Angélica Illanes y de Gabriel Salazar, en el rescate de la memoria popular, quienes me motivaron a interesarme en esta gran pensadora feminista y libertaria.
El feminismo de clase alta y media es, lamentablemente, más conocido que el de las pobres del campo y la ciudad, obviamente, las primeras tienen la ventaja de poseer el monopolio de la educación y del mundo editorial. Inés Echeverría Larraín fue famosa por escribir libros, luego censurados por la iglesia. Doña Inés era una feminista un tanto fanática: un día mi abuelo, Rafael Luis Gumucio, acompañado por mi padre, el entonces niño, Rafael Agustín, discutía acaloradamente con Iris – seudónimo de doña Inés -, sin que mediara ninguna provocación, Inés Echeverría le dio un bastonazo al niño diciéndole: “para que aprenda a respetar a las mujeres”. En los años 30, su hija Rebeca fue asesinada por su marido, el señor Roberto Barceló , quien pertenecía a las fascistas milicias republicanas; gracias a la acuciosidad del juez Rivas, Barceló fue el primer aristócrata que enfrentó el pelotón de fusilamiento por un delito común, no político.
La iglesia disponía de muchos recursos para mantener su dominio sobre las mujeres: por ejemplo, editaba un Diario católico, El chileno, algo similar a La Cuarta, que contenía novelas en series, en las cuales se enamoraba la enfermera del doctor, estilo Corín Tellado; esta publicación era llamada, vulgarmente, el Diario de las cocineras; sin embargo, fue uno de los Diarios que, 1907, se atrevió a denunciar la matanza de Santa María de Iquique. Las damas aristocráticas fundaron también clubes de señoras y clubes de lectoras, donde leían por primera vez a Víctor Hugo, Emilio Sola y Pierre Loti; no faltó la dama, un poco más audaz, que leía a Gustavo Flaubert, que narra los adulterios de la famosa madame de Bovary, incluida en el Índice de los libros prohibidos por la iglesia.