Por Víctor Osorio.
Director ejecutivo de la Fundación Progresa.
Uno los principales dolores de la etapa final de la vida del Obispo Pedro Casaldáliga Pla fue que Brasil, su patria adoptiva, hubiera sido tomado por asalto por un neofascismo que hoy reivindica el terrorismo de Estado que lo persiguió, manipula con vileza el cristianismo al que consagró su vida y amenaza el Amazonas y sus comunidades indígenas, cuya defensa fue la encarnación concreta de su fe y vocación religiosa.
Casaldáliga falleció en São Paulo el pasado sábado 8 de agosto. Había nacido hace 92 años en Balsareny, Barcelona, pero permaneció una parte significativa de su vida en Brasil. Fue allí donde se transformó en figura emblemática de la Teología de la Liberación y se consagró como el Obispo que defendía los débiles, los invisibles y los perseguidos. Los mismos que, ahora, han sido las principales víctimas de la pandemia de la COVID–19, que en Brasil ha llegado a ser una catástrofe humanitaria.
Nació en el municipio catalán de Balsareny en 1928. Pronto sintió la vocación sacerdotal y, a los nueve años, ingresó al Seminario Claretiano de Vic. Finalmente, en mayo de 1952 fue ordenado sacerdote en Montjuïc, Barcelona, y se integró a la orden de los claretianos. Sus primeras tareas como sacerdote se desarrollaron en Barcelona y Madrid, período en que fue desarrollando la concepción eclesiástica de hechura diferente, lo que se entroncó con los nuevos vientos que soplaban en la Iglesia Católica a partir del Papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.
Por vocación misionera, en 1968 viajó a Brasil para fundar una misión claretiana en la Región del Araguaia, en el Estado de Mato Grosso, en plena Amazonía. Nunca más volvió a su tierra de origen. Eran los tiempos de la tiranía y Araguaia era un territorio brasileño sin presencia del Estado, sin médicos o profesores, y la norma sagrada era la “ley del 38” que imponían por la fuerza los terratenientes contra los indígenas y los campesinos pobres y sin tierra. En poco tiempo, Casaldáliga enterró cerca de mil peones, no pocas veces sin ataúd y muchas sin nombre. Más tarde, rememoró: “Era una tierra sin ley, sin infraestructura organizativa, sin ninguna organización laboral, ninguna fiscalización, el Derecho era el del más fuerte o del más bruto… Nacer. Morir, matar, eran los derechos básicos, los verbos conjugados con una asombrosa naturalidad”.
Un par de años después fue nombrado administrador apostólico de la Prelatura que formó, y el 23 de octubre de 1971 fue nombrado Obispo de São Félix do Araguaia.
Y continúo en la misma senda. Junto a sus otros compañeros misioneros, lucharon contra la malaria, la deshidratación y la desnutrición de una población en la que enterrar niños era pan de cada día. Se abrieron escuelas y centros de salud rurales, al tiempo que el sacerdote denunciaba desde el pulpito y en todas partes la explotación y abusos de los terratenientes.
El mismo día de su ordenación episcopal, Casaldáliga hizo público un extenso documento sobre la explotación, el abuso y el maltrato de los campesinos e indígenas a manos de los terratenientes y las empresas del agronegocio. Se titulaba “Una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social”. Es considerado clave en la historia de la lucha social por la tierra en Brasil y Nuestra América. Los poderosos de siempre, que tan católicos siempre se han manifestado, enloquecieron de furor en contra del “obispo rojo” y bramaron por todos los medios contra la “infiltración marxista” en la Iglesia.
Mientras tanto, Pedro Casaldáliga recibía numerosas amenazas de muerte y enfrentaba numerosos intentos de asesinato. No se amedrentó y llegaría a ser responsable nacional de la Comisión Pastoral de la Tierra y miembro del Consejo Indigenista Misionero. También fue determinante en la creación del Movimiento de Trabajadores sin Tierra. Esas entidades tuvieron un papel importante en la elaboración de la Constitución de 1988, considerada un hito de los derechos sociales e indígenas en el país.
Fue obispo de esta Prelatura de la Amazonía durante cuarenta años. En este tiempo, junto a su equipo, construyó una iglesia popular, libre y abierta, socialmente comprometida y con una indisimulada influencia de la Teología de la Liberación. En este sentido, recibió con fe y esperanza la emergencia del Partido de los Trabajadores a comienzos de 1980, como nueva fuerza política de izquierda con una fuerte influencia del “cristianismo liberador” y una no menos relevante presencia en el movimiento de comunidades eclesiales de base.
El 22 de febrero de 1986, Casaldáliga escribió una carta a Juan Pablo II, en circunstancias que Wojtyla impulsaba una restauración neoconservadora en el catolicismo mundial.
Le contaba la realidad de la Amazonía en la cual realizaba su ministerio pastoral: “Todavía hoy no cuenta con un solo palmo de carretera asfaltada. Sólo recientemente fue instalado el servicio telefónico. Con frecuencia la región queda en aislamiento o muy precariamente comunicada a causa de las lluvias e inundaciones que interrumpen las carreteras. Es un área de latifundios, nacionales y multinacionales, con haciendas agropecuarias de centenas de millares de hectáreas, con empleados que viven frecuentemente en régimen de violencia y de semiesclavitud. Acompaño desde hace tiempo la dramática vida de los indígenas, de los ‘posseiros’ (labradores sin título de tierra) y de los peones (braceros del latifundio). Toda la población en general (…) ha sido forzada a vivir precariamente, sin servicios adecuados de educación, salud, transporte, vivienda, seguridad jurídica y, sobre todo, sin tierra”.
La dictadura militar, relataba, “intentó, cinco veces, expulsarme del país. Cuatro veces fue cercada toda la Prelatura por operaciones militares de control y de presión. Mi vida y la de varios sacerdotes y agentes de pastoral de la Prelatura ha sido amenazada y puesta a precio públicamente. En varias ocasiones, estos sacerdotes, agentes de pastoral y yo mismo fuimos apresados; torturados varios de ellos también. El Padre Francisco Jentel fue apresado, maltratado, condenado a 10 años de prisión, expulsado de Brasil muriendo finalmente exiliado (…) El archivo de la Prelatura fue violado y saqueado por el Ejército y por la Policía. El boletín de la Prelatura fue editado de forma falsificada por los órganos de represión del régimen y así fue divulgado por la gran prensa, para servir de acusación contra la misma Prelatura. Todavía en este momento tres agentes de pastoral están sometidos a procesos judiciales bajo acusaciones falsas. Yo personalmente tuve que presenciar muertes violentas, como la del padre Jesuita João Bosco Penido Burnier, asesinado junto a mí por la policía, cuando los dos nos presentamos en la Comisaría–Prisión de Riberão Bonito para protestar oficialmente contra las torturas a que estaban siendo sometidas dos mujeres, labradoras, madres de familia, injustamente detenidas”.
“Además de estos sufrimientos vividos dentro del ámbito de la Prelatura (…) me ha tocado acompañar de cerca las tribulaciones e incluso la muerte de tantos indígenas, campesinos, agentes de pastoral y de personas comprometidas con la causa de estos hermanos, a quienes la codicia del capital no les permite siquiera sobrevivir”, señaló.
Esta carta de Casaldáliga era el resultado de dos comunicaciones del Cardenal Bernardin Gantin, Prefecto de la Congregación para los Obispos, y otro mensaje de la Nunciatura, que urgían su visita ad límina (a Roma), cuestionaban aspectos de la Pastoral de la Prelatura y censuraban su visita a Nicaragua Sandinista.
“No podemos decir con mucha verdad que (los líderes católicos) ya hemos hecho la opción por los pobres. En un primer lugar, porque no compartimos en nuestras vidas y nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan. Y, en segundo lugar, porque no actuamos, frente a la ‘riqueza de la iniquidad’, con aquella libertad y firmeza adoptadas por el Señor. La opción por los pobres, que no excluirá nunca a la persona de los ricos (…) sí excluye el modo de vida de los ricos (…) y su sistema de acumulación y privilegios, que expolia y margina a la inmensa mayoría de la familia humana, a pueblos y continentes enteros”, le manifestaba Casaldáliga.
Exponía otros puntos de vista. “Con ánimo objetivo y sereno, no se puede negar que la mujer continúa siendo fuertemente marginada en la Iglesia: en la legislación canónica, en la liturgia, en los ministerios, en la estructura eclesiástica. Para una fe y una comunidad de aquella Buena Noticia que ya no discrimina entre ‘judío y griego, libre y esclavo, hombre y mujer’, esa discriminación de la mujer en la Iglesia nunca podrá ser justificada”, señalaba.
Y sostenía: “Permítame todavía una palabra de crítica fraterna al mismo Papa. Por más tradicionales que sean los títulos ‘Santísimo Padre’, ‘Su Santidad’… –así como otros títulos eclesiásticos como ‘Eminentísimo’, ‘Excelentísimo’– son evidentemente poco evangélicos e incluso extravagantes humanamente hablando. ‘No se hagan llamar padres, o maestros’, dice el Señor. Igualmente sería más evangélico –y también más accesible a la sensibilidad actual– simplificar la indumentaria, los gestos, las distancias, dentro de nuestra Iglesia”.
“¿Por qué no decidirse, con libertad evangélica y también con realismo, por una profunda renovación de la Curia Romana?”, concluía.
Finalmente, por la presión del Vaticano debió viajar a Roma en 1988. Pero no cedió en sus convicciones.
El odio de la derecha brasileño lo acompañó siempre. En 2004 se salvó por muy poco de un tiroteo. Tras sufrir ocho malarias y aquejado de párkinson, al momento de cumplir los 75 años, presentó su renuncia como obispo, tal como sugiere el Código de Derecho Canónico. Sin embargo, decidió permanecer en la diócesis y reclamó la participación de la comunidad en la elección de su sucesor. El 2 de febrero de 2005 fue relevado, pero continuó trabajando con los indígenas y campesinos.
Casaldáliga fue también un prolífico escritor y poeta. Entre sus numerosas obras pueden citarse “Creo en la Justicia y en la Esperanza”, “En Rebelde Fidelidad”, “Experiencia de Dios y Pasión por el Pueblo”, “Nicaragua, Combate y Profecía” y “Espiritualidad de la Liberación”.
Es digna de ser reproducida su versión del Padre Nuestro:
Hermanos nuestros,
que estáis en el Primer Mundo:
para que su Nombre no sea blasfemado,
para que venga su Reino a nosotros
y se haga su Voluntad,
no sólo en el cielo
sino también en la tierra,
respetad nuestro pan de cada día,
renunciando vosotros a la explotación diaria;
no os empeñéis en cobrarnos
la deuda que no hicimos
y que os vienen pagando
nuestros niños, nuestros hambrientos,
nuestros muertos;
no caigáis más en la tentación
del lucro, del racismo, de la guerra;
nosotros miraremos de no caer
en la tentación del odio o de la sumisión.
Y librémonos, unos y otros, de cualquier mal.
Sólo así podremos rezar juntos
la oración de familia
que el hermano Jesús nos enseñó:
Padre Nuestro, Madre Nuestra,
que estás en el cielo y en la tierra.
En 2013 se estrenó una miniserie de televisión con la participación de TV3 sobre su vida. Se titulaba “Descalzo sobre la Tierra Roja”, basada en el libro homónimo escrito por Francisco Escribano.
Falleció en el centro hospitalario de la congregación claretiana en São Paulo, a causa de una enfermedad respiratoria derivada del párkinson. Dejó un lema episcopal para la historia y que está cada día más vigente: “Sin justicia no habrá paz”.
Será enterrado en São Félix do Araguaia, cerca de los indígenas y campesinos. Vivirá para siempre en la memoria de los pueblos.
Imagen: Vatican News.
Fuente: Crónica Digital.