Por Víctor Osorio
Director ejecutivo de la Fundación Progresa.
Las palabras de Kevin Valenzuela provocaron polémica y estupor. Como representante de los “Evangélicos por el Rechazo”, apareció en la segunda emisión de la franja televisiva para el plebiscito constitucional del próximo 25 de octubre, apelando nada menos que a Dios y Satanás para justificar la opción por el Rechazo.
Proclamó: “Octubre estuvo marcado por un fuerte sentimiento de homicidio, con robos, saqueos y destrucción. ¿Le parece familiar? Claro que sí, la Biblia dice que Satanás vino precisamente a matar, robar y destruir”. Y agregó: “Esto nos demuestra quién es el que está detrás de todo este proceso refundacional de Chile y ningún hijo de Dios puede dar su aprobación a las obras infructuosas de las tinieblas”.
Continuó: “Quizás usted se ha dejado llevar por la opinión popular, pero la Biblia dice: ‘no seguirás a los muchos, para hacer el mal’, y cualquiera que se hace amigo del mundo se constituye enemigo de Dios. La pregunta es: ‘¿A quién está escuchando usted? ¿Al mundo o a Dios?’. Yo estoy del lado de Dios y rechazo una nueva Constitución”.
No es nuevo el uso de la estrategia de la “campaña del terror” por parte de la derecha para intentar oponerse a una perspectiva de cambios sociales democráticos. Los ejemplos son numerosos. Pero no hay duda que el episodio de Kevin Valenzuela quedará en el recuerdo. Sin duda, es uno de los más burdos que se han conocido en la larga historia del uso de la mentira como herramienta política de la derecha y la ultraderecha. También es un hecho grave y que amerita examinarlo con seriedad.
El “proceso refundacional de Chile” que parió a la Constitución de 1980 estuvo, en efecto, marcado por homicidios, robos, saqueos y destrucción. Ello es completamente familiar para las chilenas y los chilenos. La vigencia de la Carta Fundamental de 1925 fue derogada en medio de las llamas de La Moneda, destruida por fuerzas militares de tierra y aire el 11 de septiembre de 1973. Al día siguiente, cuando aún no se extinguía el fuego en Palacio, la Junta Militar ya tomaba la decisión de iniciar la elaboración de una nueva Constitución con el establecimiento de una comisión, que comenzó a operar mientras las tropas allanaban y saqueaban, violaban mujeres, torturaban, mataban a mansalva y secuestraban personas, que fueron ejecutadas o hechas desaparecer para siempre.
Por cierto, entre las víctimas se registran casos de pastores y laicos evangélicos. Citemos los casos de la masacre de Chihuio, donde fueron asesinados 15 campesinos evangélicos, dos de los cuales eran predicadores en sus congregaciones; o del predicador José Matías Ñanco y del pastor Roberto Ávila Márquez, este último una de las víctimas del Cerro Chena; así como de los jóvenes evangélicos ecuatorianos Felipe Campos y Freddy Torres.
Todo ello está abundantemente acreditado por las investigaciones realizadas por el Estado chileno luego del fin de la tiranía, a través de las Comisión de Verdad y Reconciliación, y la Corporación de Reparación y Reconciliación, y también ha sido confirmado por los procesos que ha instruido el Poder Judicial, una parte importante de los cuales aún están abiertos.
Este escenario era, en sus rasgos esenciales, el que aún prevalecía en septiembre de 1980 cuando fue impuesta la nueva Constitución. La revisión de los informes de la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago muestra que ese mes, el anterior (cuando Pinochet convocó a un plebiscito fraudulento para imponer su Carta Fundamental) y todo ese año estuvo caracterizado por las detenciones arbitrarias, por la práctica de la tortura y por las ejecuciones, en un contexto marcado por la persistencia de la dictadura, la violación de los derechos humanos y la ausencia de garantías básicas para la transparencia del señalado acto plebiscitario.
Cuando Kevin Valenzuela habla de la violencia en el contexto de las protestas ciudadanas iniciadas el 18 de octubre del año pasado, es menester precisar que, ciertamente, no se está refiriendo a los centenares de denuncias de muertes, abusos sexuales y violaciones, torturas, heridas graves y lesiones oculares, entre otros graves casos de violaciones a los derechos fundamentales que hoy investiga la Fiscalía Nacional. ¿Cuándo la violencia es perpetrada por agentes del Estado le parecerá un hecho baladí o inspirado por el Espíritu Santo?
Respecto del origen del actual proceso constituyente, se falta gravemente a la verdad cuando se pretende reducir la protesta social a hechos de violencia, omitiendo que la movilización que irrumpió en octubre de 2019 tuvo el más amplio respaldo de la ciudadanía, que se expresó en forma mayoritaria en formas no violentas. Lo ha confirmado la totalidad de las encuestas de opinión pública que se han conocido desde entonces. El mismo Valenzuela lo reconoce en forma tácita cuando habla de la “opinión popular” y de “los muchos” que están por hacer cambios en el país.
Por ello fue que el conjunto de la élite política, incluida la derecha política y una parte de la oposición, concordó el “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”, cuyos planteamientos fueron luego aprobados en el Congreso Nacional, a través de la reforma del Capítulo XV de la actual Constitución, respaldada por la casi unanimidad de los parlamentarios, incluyendo la derecha y a los tres diputados de la denominada “bancada evangélica”.
¿Pretende acaso sugerir Valenzuela que los partidos de la derecha y la casi totalidad de sus parlamentarios trabajan al servicio de Satanás, incluyendo a la misma colectividad que ahora le ofreció espacio en su franja televisiva, puesto que forman parte del acuerdo que dio origen al proceso constituyente? El senador de la UDI, Iván Moreira, quien ha señalado que tiempo atrás se convirtió a evangélico y es partidario también del Rechazo, comentó la aparición televisiva de Valenzuela y dijo: “Por la convivencia nacional, no es bueno demonizar este debate, y tenemos que respetar a quienes están por el apruebo y el rechazo”. ¿Ello implica, según el “razonamiento” de Valenzuela, que el congresista solicita que se respete a los siervos de Satanás?
A este último respecto, si se extiende el “razonamiento” de Valenzuela habría que concluir que una parte significativa de las personas evangélicas son “enemigas de Dios”. No es un misterio que, desde sus orígenes mismos en la Reforma Protestante, las iglesias evangélicas no han sido nunca una entidad única y homogénea, y que siempre se han caracterizado por su diversidad eclesiológica, teológica, pastoral y –también– política. Se falta a la verdad cuando se pretende señalar que todos los evangélicos están por el Rechazo. De hecho, existen la Plataforma Nuevo Pacto y el movimiento “Evangélicos por el Apruebo”, ambos favorables a la construcción democrática de una nueva Constitución. Y no pocos Obispos y Pastores votarán por el Apruebo, aunque no lo declaren en forma abierta por respeto a la libertad de conciencia del pueblo evangélico, conscientes de que en términos políticos tiene un carácter plural.
Esa diversidad ha sido una constante en la historia de los evangélicos en Chile. Según Kevin Valenzuela, habría que concluir que las iglesias evangélicas habrían estado desde siempre plagadas de personas al servicio de Satanás. El Pastor David Trumbull, que es considerado el pionero de la obra evangélica en Chile, en el Siglo XIX no dudo en tomar posición política en contra de los conservadores y en defensa de la libertad de conciencia. Graciela Contreras fue la primera mujer alcaldesa de Santiago, designada por el Gobierno del Frente Popular, y era fundadora del Partido Socialista y miembro de la Iglesia Evangélica Metodista. El Obispo evangélico de la Iglesia Luterana Helmut Frenz fue expulsado del país por la tiranía a consecuencia de su defensa de los derechos humanos. Y los ejemplos podrían extenderse.
Un comentario adicional: a los que desconocen la cultura evangélica puede haber llamado la atención la dicotomía entre “el mundo” y Dios que formuló Valenzuela. Lo que ocurre es que, a lo largo de la historia de las iglesias evangélicas, existió la interpretación, sobre todo en la tradición pentecostal, de que la política era una actividad del “mundo” dominado por el pecado y que los “hijos de Dios” debían abstenerse de participar en política, considerando su carácter “mundano”, y que tenían que centrarse en “la obra de Dios”. Según ese enfoque, que aún existe, las opciones “Apruebo” y “Rechazo” serían igualmente “mundanas”, porque son una disyuntiva de la política contingente y de “este mundo”. En forma alternativa, se fue desarrollando otra visión entre los evangélicos, que afirmaba la responsabilidad social basada en la Biblia frente al mundo y, por tanto, respecto de la política.
Era la disyuntiva evangélica entre el apoliticismo o indiferencia frente a la política, versus la consideración de que existe una responsabilidad cristiana respecto de los asuntos políticos y sociales.
He aquí que Valenzuela ha inventado una nueva y singular teoría. Los amigos del “mundo” y de Satanás, los que representan el mal y son “enemigos de Dios”, son todos los que no comparten su visión de ultraderecha y optarán por el Apruebo, desde sectores de derecha, pasando por el centro político, la centroizquierda y la izquierda, e incluyendo a ciudadanas y ciudadanos sin posición política, pero que aspiran a un país libre del abuso, la exclusión y la desigualdad, un país de participación ciudadana y derechos sociales.
Los que están al lado de Dios son los que rechazan una nueva Constitución, asegura. Por cierto, no ha aclarado la forma en la que se enteró de la voluntad de Dios (o de Satanás) frente al plebiscito constitucional del próximo 25 de octubre.
Las palabras de Kevin Valenzuela son especialmente cuestionables porque representan un retroceso de enorme envergadura en lo que se refiere a una de las adquisiciones clave de la Reforma Protestante: el reconocimiento de la libertad de conciencia y del pluralismo que es inherente a las sociedades. Porque la Reforma fue también un grito de protesta frente a la sociedad medieval, en que un puñado de seres humanos se apropiaba de la condición de únicos intérpretes o portavoces de la voluntad divina, y la religión no era más que excusa ideológica para imponer su control totalitario del poder y justificación para la inquisición del pensamiento libre.
En este sentido, es bien sabido que desde el inicio de la modernidad ha pervivido al interior del mundo conservador la nostalgia por la sociedad medieval, en que la religión fundaba reyes, castas y jerarquías, e imponía una única forma de representación del mundo.
La opinión del vocero de los Evangélicos por el Rechazo no es compatible con la libertad y la democracia. En efecto, si la premisa básica nada menos es que soy el portavoz del Dios todopoderoso, significa que soy el poseedor de la verdad absoluta. Ya no hay espacio alguno para el debate, el pluralismo ideológico, la libertad de conciencia, la posibilidad de opción en una diversidad de alternativas. Si a ello le agregamos la idea de que la persona que sostiene una idea diferente a la propia en realidad sería un servidor de Satanás, el gran enemigo de Dios y el responsable de todos los males de la humanidad, tenemos el escenario completo del totalitarismo. Así era en la Edad Media. Parafraseando a Humberto Maturana, es el fin de la aceptación del otro como un legítimo otro como fundamento de la convivencia social.
No regresará la Edad Media en el Siglo XXI. Tampoco las campañas del terror torcerán la voluntad soberana y mayoritaria de las chilenas y los chilenos que optarán por el Apruebo, incluyendo a los hombres y las mujeres de inspiración cristiana que, como decía el Profeta Amós en la Biblia, luchan para que “fluya el derecho como las aguas y la justicia como arroyo inagotable”.
Fuente: Crónica Digital