[Crónica Digital] El llamado del Papa Francisco a romper con el “dogma del neoliberalismo”

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[Crónica Digital] El llamado del Papa Francisco a romper con el “dogma del neoliberalismo”

Por Víctor Osorio.
El autor es director ejecutivo de la Fundación Progresa.

El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de la fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico ‘derrame’ o ‘goteo’ (…) como el único camino para resolver los problemas sociales. No advierte que aquel supuesto ‘derrame’ no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social”.

La cita no es una reflexión procedente desde la izquierda, el progresismo o los movimientos ciudadanos, los mismos que la derecha suele calificar de “populistas”. Es una de las ideas clave de la nueva Carta Encíclica del Papa Francisco, la tercera de ese tipo en sus casi ocho años de pontificado: “Fratelli tutti”, sobre “la fraternidad y la amistad social”.

El diario español “El País” comentó que “defiende una suerte de mirada del mundo que bien podría redefinir los valores del socialismo actual”.

El mensaje de Bergoglio es particularmente significativo en un contexto en que una de las bases de la contraofensiva de la derecha y de los neofascismos es la manipulación de la religiosidad, considerando su arraigo en la sociedad popular.

En el texto, el Papa Francisco arremete contra la globalización fundada en la desigualdad, el neoliberalismo, el predominio de la propiedad privada sobre el derecho común a los bienes, la falta de empatía con los inmigrantes. Fustiga la falta de aprendizaje luego la última crisis económica, donde no se reguló “la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia”. Y subraya: “Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad”.

El contexto temporal de la Encíclica, por cierto, es la pandemia de la COVID–19, situándola en el contexto más amplio de la crisis social de la humanidad: “Algunos pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo estuviera asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos”. Agrega: “El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia”.

Y sostiene: “Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces”.

CONTRA EL NEOLIBERALISMO

Uno de los ejes de la Encíclica papal es la crítica al neoliberalismo. Así, por ejemplo, indica que “la especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos”. Enfatiza que “el fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles”. Agrega: “La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos”.

Para el Papa, “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de la fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico ‘derrame’ o ‘goteo’ (…) como el único camino para resolver los problemas sociales. No advierte que aquel supuesto ‘derrame’ no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social”.

En ese contexto, cuestiona además la globalización actual. Dice que la expresión “abrirse al mundo”, ha sido secuestrada por la economía y las finanzas. “Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países. Los conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo único”.

“Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos (…) De este modo, la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales” que aplican el “divide y reinarás”.

Reflexiona que “el mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por lo tanto, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga adecuadas oportunidades para su desarrollo integral”.

DESTINO SOCIAL DE LOS BIENES

El Papa sostiene que la propiedad privada es un derecho “natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes”. A este respecto, subraya que “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. El principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético–social, es un derecho natural, originario y prioritario”.

Explica que ya “en los primeros siglos de la fe cristiana” se desarrolló una reflexión sobre el destino común de los bienes, que “llevaba a pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando”. Lo resume san Juan Crisóstomo, anota, al decir que “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida”, así como las palabras de san Gregorio Magno: “Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo”.

Al respecto, sostiene que el hecho de considerar el derecho a la propiedad privada como derivado del principio del destino universal de los bienes, y tiene consecuencias concretas ¡que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad”, porque “sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”. Por tanto, dice, “siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”.

En ese contexto, indica que “el desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos”, sino que tiene que asegurar “los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos”. Enfatiza que “el derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente”, pues quien se apropia de algo “es sólo para administrarlo en bien de todos”.

“Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz”, sostiene.

POPULAR O POPULISTA

“La expresión ‘populismo’ o ‘populista’ ha invadido los medios de comunicación social y el lenguaje en general”, constata el Papa. Agrega: “Así pierde el valor que podría contener y se convierte en una de las polaridades de la sociedad dividida. Llegó al punto de pretender clasificar a todas las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos a partir de una división binaria: ‘populista’ o ‘no populista’. Ya no es posible que alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de esos dos polos, a veces para desacreditarlo en forma injusta o para enaltecerlo en exceso”.

Al respecto, sostiene que “la pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social”, tiene la debilidad de que “ignora la legitimidad de la noción de pueblo”. Enfatiza que “el intento por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra ‘democracia’ –es decir: el ‘gobierno del pueblo’–. No obstante, si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra ‘pueblo’. La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para crear un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo ‘pueblo’ y en el adjetivo ‘popular’. Si no se incluyen –junto con una sólida crítica a la demagogia– se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social”.

Así, critica que “la categoría de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe”.

Al mismo tiempo, Francisco cuestiona la vertiente “populista” que se ha articulado con los nacionalismos. “La historia da muestras de estar volviendo atrás”, comenta. De la misma forma, critica el populismo entendido como uso demagógico de las demandas populares.

Por otro lado, plantea una revalorización de la política. “Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?”.

EL PERDON Y EL OLVIDO

En la Encíclica, Francisco también incursiona en el tema de la memoria histórica y la justicia, tema especialmente sensible en sociedades, como Chile y Argentina, que han sido víctimas del terrorismo de Estado, y en que los antiguos partidarios de las dictaduras han insistido en la necesidad del perdón y el olvido de los “hechos del pasado”.

“A quien sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie de ‘perdón social’. La reconciliación es un hecho personal, y nadie puede imponerla al conjunto de una sociedad (…) En el ámbito estrictamente personal, con una decisión libre y generosa, alguien puede renunciar a exigir un castigo (…), aunque la sociedad y su justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible decretar una ‘reconciliación general’, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? (…) En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido”.

Continúa: “Es fácil hoy caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios! Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa”.

Precisa, además, que el perdón no es equivalente a la impunidad. “La justicia sólo se busca adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de la propia ira. El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido”.

Detalla que “estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos (…) porque debe preservar la dignidad que se le ha dado”. Añade que “si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa persona –o cualquier otra– no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde que lo haga, y el perdón no solamente no anula esa necesidad, sino que la reclama”.

LA CONCIENCIA CRITICA

Las reflexiones sociales de Francisco son lacerantes y se aproximan a diversas dimensiones de la sociedad contemporánea. Por ejemplo, anota: “Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación”.

Respecto de la sustentabilidad, sostiene: “Cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos constituirnos en un ‘nosotros’ que habita la casa común. Ese cuidado no interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido. Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo intereses particulares”.

“Los pueblos originarios no están contra el progreso, si bien tienen una idea de progreso diferente, muchas veces más humanista que la de la cultura moderna (…) No es una cultura orientada al beneficio de los que tienen poder (…) La intolerancia y el desprecio ante las culturas populares indígenas es una verdadera forma de violencia”, dice. Y señala que un pacto social “supone renunciar a entender la identidad de un lugar de manera monolítica, y exige respetar la diversidad”.

“Se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos”, asevera e indica que, observando las sociedades contemporáneas, es necesario preguntarse “si la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada hace 70 años, es verdaderamente reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias”. Sostiene que en el mundo “persisten numerosas formas de injusticia”, que, entre otras cosas, son nutridas por “un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados”. Y fustiga: “Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso deja de serlo cuando ya no le beneficia”.

Sobre el fenómeno global de la inmigración, señala que “los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de toda persona (…) Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes”, olvidando las “convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión”.

“Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una mala palabra y no se puede decir; pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero (…) Es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares”, argumenta.

Santiago, 7 de octubre 2020.

Fuente: Crónica Digital.