Por Víctor Osorio.
El autor es director ejecutivo de la Fundación Progresa.
“¿Van a morir algunos? Van a morir, oye, lo siento. Esta es la vida, esta es la realidad. No podemos detener la fábrica de automóviles porque hay 60.000 muertes de tráfico al año, ¿verdad?”, ha sido el “razonamiento” de Jair Bolsonaro, el mesías que salvaría a Brasil, que tenía a Brasil por encima de todo y a Dios por encima de todos, que venía a defender la vida y la familia. Brasil llegaba a los 4.256 casos positivos de coronavirus y las 136 muertes, y el gobernante insistía que la economía debía preservarse por sobre la salud pública.
Frente a la decisión autónoma de las autoridades regionales y municipales de establecer medidas de aislamiento social, en coherencia con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Bolsonaro señaló: “Tenemos que volver a la normalidad. Unas pocas autoridades deben abandonar el concepto de tragedia”, reactivando el transporte y el comercio, reabriendo las escuelas y terminando con el confinamiento masivo, dijo. “El grupo de riesgo son las personas de más de 60 años. ¿Por qué cerrar las escuelas?”, fue su “razonamiento”.
En la opinión pública crece la indignación y la rebeldía en su contra, mientras que sus aliados en el mundo político, empresarial y militar empiezan a crear las condiciones para dejar caer al hombre que les permitió derrotar a la izquierda brasileña en las elecciones presidenciales de 2018.
Tuve la oportunidad de visitar São Paulo durante esos comicios, en los que se impuso Jair Messias Bolsonaro, entonces candidato del Partido Social Liberal, al que se había afiliado en enero de ese año y que era la novena colectividad que integraba. Fue impactante constatar en las calles paulistas la profundidad en que había penetrado su burdo y maniqueo discurso en la ciudadanía, lo que terminó reflejándose en las urnas, logrando un 55,13 por ciento en la segunda vuelta.
Sus partidarios manifestaban su ciega adhesión a la mitología que otorgó sustentabilidad al proyecto autoritario y ultraconservador de Bolsonaro. Era un discurso “nacionalista”, pero que nunca tuvo dudas que se subordinaría a los Estados Unidos y la Administración Trump; que cuestionaba a los políticos, en circunstancias que se trataba de un “político profesional” que había vivido de la política desde que fue electo concejal en 1989 por la Democracia Cristiana; y que focalizaba los males de Brasil en la corrupción y la delincuencia, los cuales atribuía en forma exclusiva y unilateral a los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), lo que por cierto era una aseveración carente de todo sustento fáctico y que soslayaba las acusaciones de faltas a la probidad que ya entonces pesaban en contra suya. Su propuesta era elemental, la “mano dura”, lo que estaba en coherencia con su reivindicación de las dictaduras brasileña y chilena, y su defensa de la tortura como una práctica anticomunista legítima.
A ello Bolsonaro agregaba elementos propios del neofascismo o “la bestia neoliberal”, como le llama un reciente libro editado por Siglo XXI y coordinado por los catedráticos Adoración Guamán, Sebastián Martín y Alfons Aragoneses. Por ejemplo, la incorporación de mitos del ultraconservadurismo religioso como la existencia de una imaginaria “ideología de género”, un invento que supone que aquella sería “el nuevo rostro del comunismo” que se propone “atentar en contra de la vida del que está por nacer” y, en el fondo, “destruir el modelo de familia que fue diseñado por Dios”. También la idea de que la catástrofe climática es otro invento comunista, en este caso para impedir la prosperidad, es decir, “las bendiciones del Señor”. Bolsonaro pondría atajo a las pérfidas intenciones de las feministas, la diversidad sexual y los movimientos sociales, y a los que quieren poner obstáculos a la creación de una sociedad en que todos sean empresarios, por cierto por bendición divina.
Así me lo dijeron con pasión y convicción en la Avenida Paulista unos miembros de la Iglesia Universal del Reino de Dios, fanatizados hasta la enajenación, que argumentaban que el PT no era más que el comunismo, que se proponía imponer una dictadura para acabar con las iglesias cristianas, como si los cuatro Gobiernos del PT no hubieran tenido siempre cordiales relaciones con las entidades eclesiásticas y mantenido una conducta irreprochablemente democrática. Me repitieron el lema de campaña con el que Bolsonaro terminó llegando al Palacio del Planalto: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”.
Lo que observamos en São Paulo fue histeria contra el Partido de los Trabajadores, una exaltación de la violencia como único modo de resolver los problemas sociales y la idea de que Bolsonaro era una especie de mesías que se haría cargo de la redención de Brasil.
Pero, como se sabe desde que Marx lo enunció, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
En este caso, el punto de partida del fin de la mitología que dio sustento a Bolsonaro es el Covid–19, el nuevo tipo de coronavirus que desencadenó una pandemia global. En efecto, a pesar que Brasil pronto se posicionó en el primer lugar de los países de América Latina y El Caribe en cantidad de contagiados y de muertes, Jair Messias se obstina en desestimar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y calificar al nuevo virus como “gripecita” o “resfriadito”.
Ello ha desencadenado una creciente indignación en la ciudadanía y la estampida de buena parte de sus aliados.
La inmensa mayoría de las brasileñas y brasileños ha optado por aislarse voluntariamente en sus casas para enfrentar el coronavirus. Ello, mientras las encuestas muestran que más del 80 por ciento de la población apoya las medidas de cuarentena.
Pero Jair el Mesías insiste en argumentar que se debe otorgar prioridad a la economía, lo que a su juicio sería incompatible con las medidas de aislamiento social. Pero hasta el fundamento económico no alcanza para explicar decisiones como eximir de cuarentena a los cultos religiosos y casas de venta de lotería.
El diario “El País” de España constató que “el vicepresidente, el general Hamilton Mourão, gobernadores, alcaldes, instituciones médicas y hasta parte de la cúpula militar de Brasil marcan cada vez más distancia con la conducta del Bolsonaro ante la crisis”. Cuando, por cadena nacional, el Mandatario dijo que era contrario a las medidas de aislamiento social, proponiendo que el comercio y las escuelas reabrieran puertas, 26 de los 27 gobernadores advirtieron que seguirían fieles a las recomendaciones de la OMS.
El tabloide hispano explicó que los gobernadores del sureste, la región más rica de Brasil y donde hay más casos de coronavirus, “fueron los primeros en arrinconar a Bolsonaro”. Casi al mismo tiempo, los representantes de São Paulo, Río de Janeiro, Minas Gerais y Espíritu Santo aseguraron que seguirían las pautas de la OMS. “¿Es justo abandonar a los mayores a su suerte?”, dijo el jefe del Gobierno de São Paulo, João Doria, electo por el Partido de la Social Democracia Brasileña, una colectividad más bien de derecha, duros opositores a los gobiernos del PT y que apoyó a Bolsonaro en la pasada elección presidencial. Doria ahora es uno de sus principales adversarios políticos.
“Presidente: como brasileño y Gobernador le pido que tenga serenidad, calma y equilibrio. Más que nunca, necesita conducir y liderar el país”, lo emplazó. La respuesta de Bolsonaro: “Guárdese sus comentarios para (las elecciones presidenciales) 2022, cuando podrá destilar todo su odio y demagogia”…
El gobernador de Río de Janeiro, Wilson Witzel, restringió el transporte público, cerró los grandes centros comerciales e incluso la famosa playa. Es parte del conservador Partido Social Cristiano (PSC), el que también respaldó a Bolsonaro en la elección presidencial. De hecho, en sus filas se albergó Eduardo Bolsonaro, uno de los hijos de Jair. La colectividad fue uno de los canales para articular a los evangélicos partidarios del ultraderechista: es el caso de los actuales diputados Marco Feliciano y Hidekazu Takayama, ambos pastores, e Irmão Lázaro, cantante evangelista.
Ahora Witzel ha enfrentado a Bolsonaro con dureza. “Es inaceptable la falta de diálogo y de cordura. Nunca pensé que viviría esto en democracia”, sentenció.
Bolsonaro perdió otros apoyos de importancia, como el médico Ronaldo Caiado, que integra el influyente partido de centro–derecha llamado “Demócratas” (antiguo Partido del Frente Liberal) y es gobernador del Estado de Goiás, un polo de agronegocios en el centro–oeste de Brasil. Caiado fue uno de los principales respaldos tuvo Bolsonaro en la campaña. Ahora, lo ha fustigado con dureza: “Fui aliado de la primera hora, pero no puedo admitir que ahora venga un presidente de la República a lavarse las manos y responsabilizar a otras personas por el colapso económico o por la quiebra de empleos que pueda venir mañana”. Además, citó una frase de Obama: “En la política y en la vida, la ignorancia no es una virtud”.
Pero no es todo. El viernes 27 de marzo, la Justicia determinó la inmediata suspensión de la campaña publicitaria creada por el gobierno llamando a los brasileños a salir de casa. Bajo el slogan “Brasil no puede parar”, hubo piezas que circularon por las redes sociales y se evaluaba la posibilidad de transmitirlas por las emisoras de televisión. El diario Página 12 comentó que el lema era similar al usado a mediados de febrero por el alcalde de Milán, Giuseppe Sala. Y añadió: “El intendente también subestimó la dolencia que ya causó unas 4.800 muertes en Lombardía (…) Sala acaba de disculparse por el desafortunado aviso. En cambio, Bolsonaro lo retomó sabiendo los riesgos que entraña ser frívolo ante el virus en un país de 210 millones de habitantes con más de diez millones viviendo en favelas y un servicio de salud pública deteriorado debido a su política económica austericida. Para peor, expulsó a unos 11.000 profesionales cubanos en los que se apoyaba el plan Más Médicos”.
Según Bolsonaro, su gobierno está adoptando todas las medidas necesarias para proteger a la población, pero sin la “histeria” y “pánico” que esparcen en el mundo “algunos medios de comunicación”. Explicó: “Difunden exactamente la sensación de temor, teniendo como su buque insignia el anuncio de la gran cantidad de víctimas en Italia. Un país con una gran cantidad de personas mayores y con un clima totalmente diferente al nuestro. El escenario perfecto, potenciado por los medios, para que histeria se extendiera por todo el país”…
En medio de los cuestionamientos por su política frente a la pandemia, Bolsonaro insultó a periodistas que lo esperaban a su salida del Palacio da Arvolada en Brasilia. “¿Qué mierda están haciendo acá? No es que dicen que hay coronavirus, por qué no se quedan entonces en su casa haciendo cuarentena”, les gritó Bolsonaro en un video que compartió su hijo Eduardo en Twitter. Antes recibió el saludo de un puñado de seguidores.
El diario “Folha de Sao Paulo” publicó un estudio del Imperial College de Londres que estimó que, sin cuarentenas, Brasil podría tener 188 millones de contagiados, de los cuales más de seis millones necesitarían un hospital, y el total de muertos llegaría a 1.152.283.
Los medios de comunicación, que tanto contribuyeron al el impeachment de Dilma Rousseff y a los juicios contra el Luiz Inácio Lula da Silva, ahora se han volcado a las críticas en contra de Bolsonaro. El politólogo brasileño Emir Sader comenta, en una columna publicada por el diario Página 12: “Los editoriales y articulistas de la gran prensa no podían ser más críticos con las posturas del presidente Jair Bolsonaro. Aparte de que fueron los responsables fundamentales de que un político sin ninguna trayectoria respetable en el Parlamento a lo largo de las últimas décadas, con declaraciones abiertamente favorables a la dictadura y a la tortura, en contra de los derechos elementales de las mujeres, los negros, los pueblos indígenas, entre otras posiciones trastocadas, los medios de comunicación social plantean abiertamente la necesidad de derrotar a Bolsonaro como Presidente de Brasil”.
Así, han comenzado emerger peticiones de impeachment. El presidente de la Cámara, Rodrigo Maia, que tiene el poder legal de hacer un pedido de destitución en el Parlamento y también integra el Partido Demócratas, dijo: “Por más que yo considere que el Presidente esté cometiendo delitos contra la salud pública (sic), tenemos que cuidar una crisis por vez”. Una de las peticiones fue planteada por el diputado Alexandre Frota, quien respaldó a Jair Bolsonaro en la elección. El parlamentario derechista destaca por su experiencia como actor pornográfico, en escenas de sexo heterosexual, bisexual, gay y con actrices transgénero.
“En este momento grave, el país precisa un líder serio, responsable y comprometido con la vida y la salud de su población”, ha señalado el presidente del Senado, Davi Alcolumbre, integrante de Demócratas y que, por cierto, también respaldó a Bolsonaro en las pasadas elecciones presidenciales.
Sin embargo, Sader precisa que “Bolsonaro sabe que la derecha no tiene otro liderazgo para defenderse del retorno del PT al gobierno –un fantasma que siempre le quitó el sueño a la derecha brasileña–. Esa es la razón de fondo por la cual Bolsonaro se transformó en el candidato de la derecha y fue elegido presidente de Brasil. Esa es la lógica de esta locura. O la locura de esta lógica”. Puntualiza: “La lógica de la locura de Bolsonaro es la fuerza del PT, de Lula y de la izquierda, que acechan todo el tiempo a la derecha, con sus fantasmas del retorno de un gobierno popular, antineoliberal, como el que gobernó el país entre 2003 y 2014. Sólo el éxito de los gobiernos del PT y la persistencia del apoyo popular a Lula, explican que la derecha brasileña se rinda frente a un gobierno como el de Bolsonaro. La derecha tradicional y el centro político han sido destruidos; así, para poder retomar el modelo neoliberal, las elites brasileñas están condenadas a un liderazgo como el de Bolsonaro, como forma de blindarse contra el retorno de la izquierda al gobierno. A ver hasta cuando lo logran”…
Una encuesta de Atlas Político acaba de establecer que el 47,7 % de los brasileños apoyan el impeachment al Presidente. Y el descontento no para de crecer, porque en apenas una semana un 2,7 % más de las personas consultadas se sumaron a las filas de los que están por el juicio político y el número de los que reprueban la gestión de la crisis es incluso mayor. En febrero pasado, esta encuestadora aseveraba que lograría la reelección, cálculo que hoy está en reconsideración, pues el pobre desempeño de la economía y la gestión de la crisis de la pandemia están sepultando su imagen.
El diario “El País” de España consignó que la estrategia de Bolsonaro lo está poniendo en confrontación con las Fuerzas Armadas, señalando que “representantes de la Aeronáutica, el Ejército y la Armada le adelantaron al vicepresidente, el general Hamilton Mourão, que podría contar con su apoyo si Bolsonaro dejase su puesto, ya sea mediante un juicio político o una renuncia”.
En este cuadro, el Mandatario decidió este domingo 29 de marzo dar un paseo por Brasilia y ciudades satélite de la capital, conversando con vecinos y vendedores ambulantes, en contra de las recomendaciones de evitar aglomeraciones. “Es una realidad que el virus está ahí. Vamos a tener que enfrentarlo, pero enfrentarlo como un hombre, carajo. No como un niño. Vamos a enfrentar el virus con la realidad. Es la vida. Todos vamos a morir algún día”, fue su “reflexión”.
Han irrumpido cacerolazos diarios para protestar y reclamar la renuncia de Bolsonaro en las principales ciudades de Brasil, en repudio a la conducción de esta crisis. Las más grandes protestas han ocurrido en ciudades como de São Pablo, Río de Janeiro, Brasilia, Salvador, Fortaleza, Natal, Belo Horizonte y Porto Alegre. Se organizaron a través de las redes sociales en la cuarentena autoimpuesta por la comunidad.
Sin duda, calculará Bolsonaro y los que piensan como Jair Messias, es sólo una evidencia más de la “revolución molecular disipada” que han estado preparando los marxistas. Ya se sabe de lo que son capaces.
Fuente: Crónica Digital