En el Chile de hoy no hay democracia y, ni siquiera, es una república: como lo he sostenido muchas veces, estamos en una monarquía donde el Ejecutivo concentra todos los poderes y, como acaba de ocurrir con el caso ANFP, incluso, puede uno suponer que la monarquía voto en las elecciones internas del fútbol criollo. Vivimos una permanente crisis de representación en la cual demasiadas veces los mandatarios no representan a sus mandantes; para superar esta situación es necesario, emprender, con suma urgencia, un Decálogo de reformas políticas:
1- Aumento del universo electoral, a partir de la inscripción automática, pasando de ocho millones de inscritos a doce. 1- Un universo electoral restringido, como el que existe actualmente en Chile, favorece el bipolio y provoca la crisis de representación. En la medida en que el universo electoral crece las fuerzas progresistas triunfan sobre el inmovilismo. Varios datos de nuestra historia electoral vienen a comprobar esta hipótesis: en 1925 los inscritos eran 302.000 personas y los votantes 260.000; en 1938, el universo de inscritos ascendía a 503.000, y los votantes, 443.000, lo cual equivale a un aumento de 200.00 inscritos y 183.000, en el lapso de trece años. La reforma electoral (1958), aprobada por el Bloque de Saneamiento Democrático, sumado al voto de los analfabetos y los mayores de 18 años, en la reforma de 1971, permitieron un crecimiento explosivo del universo electoral. En 1958 estaban inscritos 1.521.000 ciudadanos; en 1970, 3.539.000 personas. En 1958 representaban el 33,6% del potencial universo de inscritos; en 1973, el 69,1%. Esta realidad del incremento del universo electoral incidió en el triunfo de Eduardo Frei Montalva y de Salvador Allende. En la transición de la dictadura a la democracia tutelada, en veinte años la totalidad de inscritos ha variado muy poco: en las últimas cinco elecciones presidenciales las cifras de electoral han entre 6.500.000 y 7.000.000 de votantes, en un padrón de continuo envejecimiento. El Presidente de la República es elegido apenas por 23% de los potenciales votantes, al igual que los senadores y diputados. De continuar esta situación, es lógico que se radicalice la crisis de representación, que puede conducir al caudillismo o a la usura irreversible del sistema democrático. 2- El voto voluntario ya forma parte de la Constitución política y constituye una ridiculez querer imponer, por algunos democratacristianos, el voto obligatorio. Sólo en Chile suceden paradojas, como aquellas colas de ciudadanos que fueron a justificarse, cuando el voto voluntario estaba garantizado por la Carta Magna, a partir de 2009. La justificación que dan los partidarios del voto obligatorio es muy discutible: en una democracia perfecta, como la griega, puede plantearse el voto como una obligación cívica; en el caso de la chilena, donde existe una monarquía presidencial, con poderes abusivos y prácticamente sin contrapeso, no parece lógico obligar a los ciudadanos a votar. Por lo demás, con el sistema binominal el 92% de los distritos electorales están decididos de antemano, sin ninguna posibilidad de que el elector pueda cambiar la realidad – el caso de Eduardo Frei Ruiz-Tagle y de Andrés Allamand es el más claro: fueron designados antes de ser elegidos, en la X Región Región -. El argumento de más peso a favor del voto obligatorio es que favorecería a los sectores más desprotegidos económica, social y culturalmente, pero este argumento es discutible, pues por ejemplo, en Suecia con voto voluntario se logran altos niveles de participación. Estimo que, en nuestro caso, la clase política debe hacer el esfuerzo de conquistar el favor de los jóvenes mediante un trabajo de convicción y educación cívica. Si hubiera voto obligatorio se mantendría el statu quo y la participación sería en base a la coerción, que vendría a radicalizar la crisis de representación. 3- El voto de los chilenos en el extranjero: los chilenos que viven en el extranjero deben tener los mismos derechos que aquellos que habitan en nuestro territorio. No estoy de acuerdo con plantear condiciones tan absurdas, como exigirles una estadía en el país, entre seis meses y un año. 4- Debe haber primarias vinculantes, obligatorias y universales para elegir todas las candidaturas a cargo de representación popular, que deben ser controladas por el Servicio Electoral. Soy partidario de que todos los ciudadanos inscritos en los registros electorales de la comuna, distrito, circunscripción, región o el país, puedan sufragar en las primarias correspondientes. 5- Como primer paso, para avanzar en un federalismo atenuado, propongo que todos los Intendentes y Cores sean elegidos por sufragio universal – se suprimirían los gobernadores provinciales 6- Régimen de gobierno semipresidencial: es tarea urgente terminar con la monarquía presidencial y el desequilibrio de poderes; se presentan dos caminos a seguir: el primero, despojar al Presidente de la República de la facultad de determinar las urgencias en los proyectos de ley; quitarle la exclusividad en las materias económicas; y que las interpelaciones pudieran significar la exoneración del ministro llamado cuando las circunstancias lo ameriten. Este último punto nos llevaría, directamente, al sistema semipresidencial, un régimen político mucho más equilibrado donde el presidente y el primer ministro y por la vía de la aprobación o rechazo, también el parlamento tendrían más y mejor diálogo con las mayorías cotidianas que dictan las encuestas y las mayorías electorales. 7- Un parlamento unicameral: soy partidario de que, como en Estados Unidos, el período de los diputados dure sólo dos años; las elecciones durante la mitad de un período presidencial de cuatro años, sirve para juzgar la gestión del presidente de la república y exigirle que enmiende rumbos. Así ha ocurrido con los últimos gobiernos norteamericanos. Un sistema bicameral, en Chile, no tiene ningún sentido, más bien retarda el trabajo legislativo; con una cámara política basta y sobra. Por lo demás, en la mayoría de los regímenes parlamentarios o semipresidenciales el senado es decorativo. En el caso del presidencialismo absolutista, como el chileno, soy completamente contrario a la reelección, como alargar el período a un sexenio. Cuatro años son muchos para la enormidad de poderes que tiene el Presidente de la República. 8- Iniciativa popular de ley: propongo que con un número determinado de firmas, los ciudadanos puedan determinar y construir proyectos de ley que sean discutidos por la Asamblea Nacional (en nuestro caso, reemplazaría a la cámara de diputados). 9- Plebiscitos locales, regionales y nacionales y revocatorios de mandato. Este instrumento deberá ser contemplado para algunas materias respecto a las cargas públicas, en distintos niveles – locales, regionales, nacionales…-; los presupuestos; los planes de desarrollo de los distintos niveles; aquellas que se refieren a las materias primas – agua, la madera, los minerales y la protección del medio ambiente, entre otras – 10- El reemplazo del sistema binominal por el proporcional. No creo que cambie en lo sustantivo el solo aumento de los distritos y circunscripciones, como está en la propuesta del senador Pablo Longueira, si se mantiene el binominal. Soy partidario de una Asamblea Nacional, compuesto por 500 miembros, basada en una completa libertad de presentación de candidaturas, sean éstas de partido o independientes, sin exigencia previa de firmas de adhesión. |