Por Daniel Flores.
Doctor en Sociología, Magíster en Ciencia política y Antropólogo.
La primera oportunidad que nos deja el cartel del papel confort es homenajear a Chicho Azúa y su chiste clásico del totoreto:
-Éramos tan pobres, tan pobres, que nuestro único juguete eran los totoretos.
-Y qué son los totoretos?
-Cuando se acaba el papel confort, tomas el conito, lo llevas a tu boca y haces: totoreeeee totoreeee.
La segunda, desarmar el supuesto fundamental de la lógica de mercado. Adam Smith, que era profesor de moral, suponía que como, “por naturaleza” los hombres son violentos y los recursos escasos, en vez de pelear sería mejor hacer que los hombres compitan por ellos. Y que por tanto sería bueno consagrar un sistema donde los hombres no se vean ni se encuentren: el mercado. Lugar impoluto e higiénico donde un duende, un fantasma o algo así –una mano invisible creo que dice él–, sería el encargado de fijar los precios. De ese modo, en vez de pelear, los hombres competirán sin conocerse, por tanto, sin envidiarse y en paz. El mascarón de proa es Gordon Gekko: la ambición es buena.
Con este argumento se legitima todo lo demás: “No pues, es imposible el funcionamiento de un sistema de reparto estatal acá, porque ‘por naturaleza’ el chileno es flojo”. Así que mejor que cada uno ahorre por su cuenta. O, mejor, que los holdings ahorren nuestra plata por su cuenta y que después nos la pasen en cuotas miserables, porque además de flojos somos tontos. La raza es la mala.
Sin embargo, los empresarios más emblemáticos de nuestro mercado de capitales nos demuestran que, a la hora de los quiubos, los hombres prefieren ser cooperativos antes que competitivos. Y que ese supuesto de “naturaleza humana” como mascarón de proa de lo social puede ser no la violencia sino la solidaridad.
Porque al final día las víctimas del mercado son, primero, los pobres. Porque el mercado los invisibiliza y solo podemos llegar a ellos con la caridad del Techo o comprando café de comercio justo en el starbucks; y segundo los pequeños empresarios. Porque si al pequeño emprendedor le va mal el banco lo revienta. Pero si son los bancos los que están en crisis, les hacemos un plan de rescate con una ley de deuda subordinada, pagada con plata de todos, menos la de ellos, claro. Concuerdo con Beyer, Larraín y con el propio Sr. Matte que lógicamente indemniza en vez de castigar a los ejecutivos que malvadamente lo engañaron. Es un hombre honorable porque, en vez de competir como los rotos, juega al juego de la cooperación entre los pares.
Creo que la gran lección que nos regala el grupo Matte es que debiéramos cambiar de supuesto y, al igual que ellos, comenzar a decidir el juego de lo público, no desde ese inútil supuesto de la “naturaleza humana” como miserable, egoísta y violenta, y hacerlo desde ese otro supuesto, el de una naturaleza de lo humano como solidaria y empática.
Así, tendremos emprendedores que podrán innovar sin miedo a quedar solos en la calle, o sin salud ni educación para sus hijos, o sin plata para jubilarse. Porque solo desde una lógica de lo público como solidaridad, ellos sabrán que después de su esfuerzo, si les va mal, tienen toda una sociedad de chilenos que los va a respaldar, pero que si les va bien, tendrán también una sociedad a la cual servir y apoyar.
Las encuestas dicen que los chilenos se sienten solos y abusados. Sienten que nadie les ayudaría en la calle, y que les quieren cobrar lo más que puedan (y no lo justo) no solo las grandes empresas, sino que también el almacén de la esquina, el mecánico del auto, el bombero en la bencinera, el taxista.
Pero mi experiencia es totalmente distinta. Un amigo que sufre dolores crónicos de cabeza, me cuenta cómo, cada vez que le viene un ataque en una fila de un banco o donde fuere, siempre hay alguien preocupado que le ofrece un analgésico o un vaso de agua. Siempre hay alguien dispuesto a ayudar con el coche de las guaguas en el metro. Y fui testigo para el terremoto de 2010 –trabajando en proyectos de emergencia en terreno– de cómo, antes que los saqueos de un día, lo que caracterizó la desordenada respuesta a la emergencia fueron las personas y funcionarios municipales, que se desvelaron trabajando por sus vecinos hasta las tantas de la madrugada. La gran lección de la Teletón es precisamente esa: la demostración paradigmática de la “naturaleza solidaria” de los chilenos. Ejemplos hay para tirar a la chuña: el desprendimiento de los bomberos, de las miles de organizaciones de voluntariado, de las ONG y de los activistas que trabajan silenciosamente por “los otros”, nosotros.
Por eso me cuesta entender de dónde viene esa idea fanática y egoísta de “naturaleza humana” como individualista. Borges cita a Macedonio Fernández, quien decía: “El campo, ese lugar horrible donde los pollos andan crudos”. Creer en una naturaleza humana, como independiente y anterior al propio hombre y a su contexto social y cultural, es bien absurdo. De haber una naturaleza humana, pongámosle que esa es la imitación. Ahora bien, si salimos de ella hacia la cultura del egoísmo, o hacia la cultura de la reciprocidad, es nuestra responsabilidad. Es historia.
Fuente: El Mostrador