Hace pocos días volví a comprobar la precariedad en que participamos todos del debate. En una mesa se instaló uno de los tantos debates incómodos para nuestra elite. La designación de René Cortázar en la presidencia del directorio de Canal 13, siendo hasta hace sólo meses el gran promotor de una ley que, en lo trascendente, favorecía al mismo canal confesional con una concesión indefinida. Es decir, un caso de más de un funcionario público regulador que pasó a trabajar donde el regulado en cuestión de meses. Acerca de estos casos propusimos legislar un grupo de diputados hace algunos años, para evitar satanizar la función pública y resguardar mínimos estándares de transparencia agregamos la necesidad de que por ley el Estado mantenga un porcentaje del honorario del funcionario regulador durante un par de años a cambio que éste no trabaje en el sector al que reguló. Todo lo anterior fue parte de la conversación a la que hacía referencia antes. He observado un silencio casi generalizado de toda la elite intelectual, televisiva y parlamentaria. Nada nuevo dirán algunos. Es cierto nada nuevo pero no por ello algo poco escandaloso. ¿Donde está la intelectualidad libre pensante que enfrenta estos casos reñidos con mínimos éticos? Ante estos casos es que se hace urgente que juntos dibujemos una sociedad donde se pueda opinar sin miedo a la pérdida patrimonial. Ya cada entrevista que leo, cada artículo escrito, con algunas salvedades, siempre obedece a alguna agenda patrimonial. La libre expresión está garantizada en Chile, es cierto, pero que ésta tiene ciclos más o menos robustos es cierto también.