En los países que celebran el Bicentenario han surgido movimientos progresistas, muy arraigados en la sociedad civil. Es el caso del Frente Amplio en Uruguay, liderado por el ex Tupamaro José Mujica, hombre de diálogo directo y sencillo con su pueblo. En tanto, en Paraguay, el ex obispo Fernando Lugo expulsó del poder al Partido Colorado, prácticamente propietario político de ese país.
El caso de Colombia es particular. En la próxima elección del 30 de mayo encabeza las encuestas para la primera vuelta el profesor universitario, ex alcalde de Bogotá, Antanas Mockus. En ese país, los verdes y los conservadores eligieron sus candidatos por medio de primarias abiertas – a diferencia del caso chileno- y Mockus contó, desde un principio, con la legitimidad de haber triunfado sobre los populares ex alcaldes de Bogotá Peñaloza y Garzón. En el corto período de un mes este candidato subió su intención de voto de un 4% a un 30%, superando al candidato del uribismo, Juan Manuel Santos.
El auge de estos nuevos movimientos de la sociedad civil se extiende – como ocurriera con las batallas de Simón Bolívar- a lo largo y ancho de los países de América Latina. Sin embargo, razón tiene un autor al negar la categoría de continente joven a América Latina, pues siempre tienen mucho de antiguo y reaccionario algunas de sus elites herederas de los españoles.
No por el hecho de haber nacido en otro continente los hijodalgos de América van a ser más progresistas que sus padres. En el Bicentenario, lo viejo no quiere morir. Si bien, en sucesivas elecciones los pueblos rechazan a los políticos tradicionales, éstos se niegan a ser conducidos a la helada sepultura. En Uruguay, a pesar del triunfo del Frente Amplio, Colorados y Blancos están vivos y coleando; en Colombia, liberales y conservadores – que condujeron a sucesivas guerras civiles- pretenden rearmarse. Los primeros con la candidatura de Noemí Sanín y, los segundos, con un candidato alejado del carisma, como es el caso de Rafael Pardo. El Partido Liberal tuvo apenas un 8% en la elección parlamentaria, y en las encuestas, su candidato cuenta con menos del 4% de intención de voto.
Para qué abundar en el caso de Venezuela donde socialdemócratas y demócrata cristianos – hoy abominados por su pueblo- siguen en la carrera por sobrevivir. Algo similar ocurre con el APRA, de Alán García que, al final de su mandato es rechazado por casi un 80% del electorado. El único partido tradicional que tiene alguna posibilidad de éxito es nada menos que el tradicional PRI mexicano, que recibirá el poder como regalo, a raíz de la incapacidad de la derecha del país de Villa y Zapata.
El fracaso de los conservadores de izquierda es tan radical como el de sus aparentes contradictores de derecha. En Colombia, los partidos convencionales que alguna vez fueron capaces de entusiasmar a ciertos sectores, hoy se han convertido en fuerzas opacas y tradicionales, que postulan pocas innovaciones. Con razón, el pueblo los rechaza dándole a algunos, por ejemplo, apenas un 4% de apoyo.
A diferencia del Centenario, en este Bicentenario, en casi todos los países se está dando la lucha entre conservadores y progresistas, entre partidos anticuados y la frescura de mentes nuevas. En ese sentido, es probable que inesperados y transparentes movimientos y líderes, rescaten los reales valores progresistas y construyan una democracia de participación ininterrumpida.