Por Rafael Luis Gumucio Rivas
En compañía de mis amigos favoritos en La Toscana visitamos la localidad de San Casciano, ubicada a muy pocos kilómetros de Florencia. Desde la casa-museo de Maquiavelo se puede observar, a lontananza, el duomo de la Catedral de Florencia.
El gran valor de este ilustre pensador florentino es que han trascurrido más 500 años desde que fuera redactado El príncipe, y su pensamiento se mantiene permanentemente vivo y actual en la realidad política.
Al escribir este artículo, la escena de la política internacional aparece dominada por la brutalidad criminal de las tres religiones monoteístas: el extremismo sionista – en el caso de la masacre en Gaza -, el fanatismo musulmán – en que dos fuerzas sanguinarias, sionistas y extremistas musulmanes, se pueden asimilar a la brutalidad de la Inquisición, por parte de la iglesia católica – tercera de estas religiones monoteístas que predominó, durante siglos, en la historia occidental. En la actualidad, degollar a periodistas usando métodos de comunicación de vanguardia, no es muy distinto a quemar vivos a los herejes, como lo hacía la iglesia católica en el pasado y, hoy los musulmanes radicales.
En la historia de las ideas políticas, el pensamiento de Maquiavelo ha sido interpretado de múltiples maneras: desde un apologista de tiranos hasta su concepción como un gran patriota, desesperado por la búsqueda de la unidad italiana. Según Benedetto Croce, Maquiavelo logró independizar la política de la teología, convirtiéndose en el humanista “angustiado”, que fundó la ciencia política moderna, sin las ataduras religiosas propias del pensamiento medieval.
Isaiah Berlin refuta esta tesis al sostener que el gran mérito de Maquiavelo es la distinción entre la ética pagana greco-romana y la cristiana. La ética, heredada de los grandes pensadores de la antigüedad, es propia de la sociedad política, mientras que la cristiana, pertenece a la vida privada. Quien pretenda convertirse en un santo, no debe dedicarse a la política, pues los hombres son seres ruines, malvados, crueles y egoístas, que siempre se apegan al más poderoso, de quien pretenden sacar el máximo provecho.
En su época, Maquiavelo conoció a quien él llama “el profeta desarmado”, representado en la persona del fraile Girolamo Savonarola quien impuso, en Florencia, por breve tiempo, una revolución moral, inspirada en una rigurosa práctica del cristianismo, a fin de combatir la depravación en que había caído la Florencia de comienzos del Renacimiento – este monje fue quemado vivo frente al Palacio de La Signoria -. Hoy, los visitantes pueden apreciar la placa que indica el lugar exacto donde este fanático religioso fue condenado a la hoguera.
Para el autor de El Príncipe, La derrota de Savonarola demuestra la imposibilidad de lograr una sociedad política inspirada en valores evangélicos, que sería más propia de ángeles, que de hombres. Los valores cristianos, aplicados a la política conducen, en la mayoría de los casos, a una concepción errónea de la naturaleza humana que conlleva a la derrota del “profeta desarmado”.
En la actualidad, las ideas del hijo ilustre de San Casciano readquieren un valor al rechazar esta nueva mezcla entre política y religión, que se expresa en los fanatismos teológicos de sionistas y de extremistas musulmanes. Se hace cada vez más necesario revalorar la política y la república como un asunto laico, ajeno y libre de las tutelas de califas, rabinos y sacerdotes fanáticos. Nada más abyecto que la política convertida en teología.
Cuando llega la noche, Maquiavelo, en su exilio, dice:
“Allí depongo el traje cotidiano polvoriento y ajeno. Solemnemente me revisto de mis mejores ropas, como el que a corte o curia acude. Vengo a la compañía de los hombres antiguos que en amistad me acogen. Y de ellos recibo el único alimento solo mío, para el que yo he nacido. Y con ellos hablo, de ellos tengo respuesta acerca de la ardua o luminosa razón de sus acciones.
Se apaciguan las horas, el afán o la pena. Habito con pasión el pensamiento. Tal es mi vida en ellos que en mi oscura morada ni la pobreza temo ni padezco la muerte”. (Carta de Maquiavelo a Francesco Vettori).
Gracias a mi amigo del alma, Camilo Duque, a su esposa Barbara, a su hermana Verónica, a su esposo Sergio y a sus hijos, a María Eugenia y a su esposo Andrea, pudimos apreciar la bella localidad en la cual Maquiavelo, luego de las labores campesinas y de las disputas en las tabernas con los lugareños, en las largas noches se dedicaba a dialogar con “los antiguos” para producir las grandes obras, hoy más que nunca vigentes en la política actual.
(Podría leerse Escritos sobre Maquiavelo, de Federico Chabot, Fondo de Cultura Económica, y Contracorriente, de Isaiah Berlin, F.C.E., entre otras obras).
Rafael Luis Gumucio Rivas
04/09/2014