Marco Enríquez-Ominami y Rafael Urriola: “…hay que priorizar la contratación de suficientes médicos, tanto generales como especialistas, antes que la construcción de hospitales (que arriesgan ser inútiles si no hay personal para hacerlos funcionar)…”
En una encuesta de la empresa Cadem, de fines de agosto de 2014 y dedicada a la salud, el 67% de los consultados cree que los servicios de salud son muy malos. La mayor parte de las “malas notas” las obtiene el sector público. Empero, el sector privado no puede “cantar victoria” tan fácil, porque si bien las clínicas son las mejor evaluadas entre todos los subsistemas institucionales consultados (farmacias, hospitales, consultorios, Ministerio, Fonasa, Auge), al mismo tiempo, las peor evaluadas -por debajo de los anteriores- son las isapres.
La población parece decir que a todos nos gustaría atendernos en clínicas, pero a precios de Fonasa. Esto que se ve como una utopía no lo es. En efecto, en la mayoría de los países europeos las clínicas privadas están reservadas para los ultramillonarios. La población va a los establecimientos públicos con toda confianza porque le resuelven sus necesidades con atención adecuada.
Lo que sucede es que se ha creado una falsa disyuntiva. Chile “ideologizó” todo con la dictadura: lo público es ineficiente y lo privado es glorioso, se dijo. Esta manera de presentar las cosas no ha pasado la prueba de la práctica. Se suele argumentar que el sector público es más ineficiente que el sector privado. Los recursos per cápita de que dispone Fonasa por cada afiliado son el 40% de lo que perciben las isapres por cada persona. Sin duda que no se puede hacer lo mismo con esta disparidad de ingresos. Por lo demás, hay estudios internacionales (en Chile no los hay, pero debiesen hacerse) que indican que el sector público puede ser de mejor calidad que el sector privado.
Sin embargo, los problemas esenciales siguen siendo los mismos que hace años y se centran en el sector de atención primaria de salud (consultorios, centros de salud familiar, etcétera): insuficiente capacidad de asegurar atención oportuna y “cuellos de botella” para derivar a especialistas que, además, no existen en cantidades suficientes. ¿Es solo problema de dinero? Por cierto que no, pero tampoco la escasez de dinero es inocua.
La entonces ministra Michelle Bachelet en 2000 no pudo resolver los rechazos de atención primaria de salud y, con enorme honestidad, lo reconoció. ¿Pero es que acaso es imposible resolverlo? Muchos países lo han hecho. Centrarse en esto puede ser motivo de transformar no solo la popularidad del titular de Salud, sino el sistema de salud de Chile.
¿Qué se requiere para ello? En primer lugar, la participación de todos los actores (médicos, otros profesionales, los demás trabajadores y los usuarios); en segundo lugar, identificar los incentivos para que estos se equilibren con los del sector privado (y con la eficiencia y condiciones que allí se les exigen a los trabajadores); en tercer lugar, adecuar la institucionalidad y la reglamentación a las necesidades de los servicios de salud; en cuarto lugar, transparentar, con criterios consensuados, la evaluación de los rendimientos de todos los funcionarios del sector.
Estos criterios básicos, de tipo general y de sentido común, podrán ser especificados y desarrollados en mesas adecuadas para ello. Es plausible la iniciativa del Minsal de convocar a la Asociación de Municipalidades y a la Confusam para tratar problemas de este tipo. Todos saben que las cosas no se resuelven tan rápido, pero cuán importante es que la dirección de las cosas sea explicada y comprendida por la población.
Como sea, la atención primaria en salud sigue siendo el eterno problema no resuelto. En nuestro criterio, hay que priorizar la contratación de suficientes médicos, tanto generales como especialistas, antes que la construcción de hospitales (que arriesgan ser inútiles si no hay personal para hacerlos funcionar). Es necesaria una línea de navegación en salud que apunte, principalmente, a los problemas que la propia población está detectando como centrales.
Marco Enríquez-Ominami
Presidente Fundación Progresa
Rafael Urriola
Director Programa de Salud Fundación Progresa
Fuente: El Mercurio