Uno de los aspectos menos conocidos del sistema universitario heredado del régimen anterior es la gran diversidad de subsidios, directos e indirectos, otorgado por el Estado chileno a las universidades privadas. Se trata de un sistema de subsidios que favorece, especialmente, a las universidades privadas más elitistas, confesionales y comercializadas. Los fondos que se niegan a las universidades públicas son generosamente entregados, sin control alguno, a las universidades privadas. Entiendo por universidad la que cumpla con simples servicios educacionales, omitiendo la definición compleja de universidad que asegure el imperativo de extensión e investigación académica. Los subsidios a las universidades privadas no forman parte del programa político neoliberal -que sólo en condiciones excepcionales y circunstanciales-, acepta que el Estado subsidie las empresas privadas, pues esto es contrario al principio de la competencia. Estos subsidios fueron creados por la dictadura y ampliados en las post-dictadura, como parte de lo que se puede llamar un “capitalismo subsidiado” en Chile.
En un resumen simple los principales subsidios son: el aporte directo que el Estado entrega a las universidades privadas tradicionales que tienen carácter confesional (PUC y otras), y otras privadas sin fines de lucro como la Universidad Austral y otras; el Aporte Fiscal Indirecto (AFI) que el Estado entrega a las universidades privadas por cada alumno que se matricula en ellas, cuyo puntaje de la PSU se encuentre entre los mejores del país; las donaciones que realizan las empresas privadas a las universidades privadas, las cuales se descuentan de los impuestos que deberían pagar dichas empresas. Es decir, todos los chilenos debemos contribuir al financiamiento de las más caras, elitistas y confesionales universidades privadas y por último los fondos concedidos a proyectos concursables dedicados al desarrollo académico de las universidades privadas.
En conclusión, no hay razones para que un Estado -que además se declara laico-, siga favoreciendo el desarrollo, crecimiento y aumento de ganancia de universidades privadas. Estos generosos subsidios podrían destinarse a las universidades públicas, que mediante nuevas becas, podrían favorecer a los alumnos de los sectores sociales más postergados y de menor ingreso. Actualmente, las universidades públicas sólo reciben del Estado menos del 15 % de su presupuesto. Subsisten vendiendo matrículas y servicios, y sacrifican las remuneraciones de sus profesores y personal, sus investigaciones, bibliotecas y laboratorios. Pese a esto, la Universidad de Chile, por la calidad y cantidad de sus investigaciones, publicaciones y de sus profesores es la mejor del país, y la décima de América Latina.
Tal vez el mayor tipo de subsidio a las universidades privadas -que al parecer nunca se ha calculado-, consista en mantener la ficción legal de que son corporaciones o fundaciones sin fines de lucro. Eso significa que están exentas de impuestos a la venta de sus servicios educativos y a sus utilidades. Pero, todos sabemos que la mayor parte de ellas son empresas de alto nivel de rentabibilidad, tan alto que los reinvierten en la creación de cientos de escuelas que imparten carreras de escasa o muy baja calidad académica, cuyos egresados tienen muy limitadas o nulas posibilidades de conseguir trabajo. Esta sobreproducción de profesionales -se dice que hay veinte mil periodistas titulados-, no constituye ningún aporte al desarrollo profesional y económico del país-, sino un empobrecimiento de las familias y egresados condenados a pagar deudas que duran décadas. Un diario capitalino ha propuesto sincerar este sistema convirtiéndolas en sociedades anónimas. Es una propuesta razonable así tendrían que pagar al Estado mediante el IVA, y otros impuestos una parte de sus considerables ganancias, como lo hacen las otras empresas.
Por último sería injusto negar el aporte de las universidades privadas en el ingreso de un alto porcentaje de alumnos al sistema de educación superior; entre estas universidades hay enormes diferencias: algunas de ellas son marcadamente elitistas, otras sirven a un determinado proyecto ideológico o confesional y no faltan aquellas que se crearon para prestar un importante servicio a sectores más desprotegidos de nuestra sociedad (algunas universidades privadas son la única posibilidad de acceso a sectores de estudiantes provenientes de las escuelas municipales que por su bajo puntaje serian rechazados en aquellas pertenecientes al consejo de rectores) Las universidades privadas son la mayoría de la instituciones de educación superior – incluso podría decir, sin temor a equivocarme, que las llamadas universidades públicas, en la actualidad, son casi privadas, pues el aporte del Estado sólo alcanza al 15% del presupuesto universitario, según el rector de la Universidad de Chile- es innegable que, a pesar de sus deficiencias a causa de un sistema educacional inspirado en el mercado sin regulaciones, prestan, algunas de ellas, un aporte importante al desarrollo de nuestra educación superior.